6 septiembre | Jóvenes
«Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mat. 22: 39).
Mucha gente no logra llevarse bien consigo misma. Lo que cada uno piensa de sí mismo determinará su visión del mundo y lo acompañará a lo largo de la vida. La autopercepción influye en el tipo de amistades, la elección de la pareja y muchas otras situaciones importantes de la vida.
Fui un adolescente con muchos complejos. Atravesé esos tumultuosos años de la vida cuestionando mi valía. Si intentaba hacer cualquier cosa, como jugar al fútbol, por ejemplo, y algo me salía mal, empezaba a pensar que valía menos debido al error cometido. Crecí haciendo una asociación entre el rendimiento y la aceptación. Debes saber que más gente de la que imaginas enfrenta la misma lucha. El mundo está lleno de personas que no se aman ni se valoran.
La autoestima es el autojuicio. Estoy plenamente convencido de que, para desarrollar esta evaluación de manera saludable, es esencial tener una relación familiar equilibrada. Si no se aprende en casa, difícilmente se aprenderá en otro lugar; si no es durante la infancia, no será fácil cultivarlo después; si no se forma en los brazos amorosos de los padres, no se formará en el vecindario ni en el entorno laboral.
Los estudiosos del comportamiento humano dicen que los niños, antes de los siete años, no tienen noción de su realidad. Pero, a partir de esa edad, empiezan a tomar conciencia de sí mismos. Es la edad en que somos demasiado pequeños para ciertos privilegios y lo suficientemente grandes para ciertas responsabilidades. El niño intenta hacer algo nuevo y pronto escucha: «¡Eso no es cosa de niños!»; y cuando hace algo propio de su edad: «¡Ya no eres un niño!». Lo que se dice a un niño en esta etapa quedará grabado para siempre en su subconsciente. Si es negativo y doloroso, se incrustará en su personalidad.
En otras palabras, los hijos que crecen sofocados por la crítica no aprenden a llevarse bien consigo mismos, con los demás ni con los problemas cotidianos.
Quien no se ama a sí mismo tiene mucha dificultad para amar a Dios y a las demás personas. Fuiste creado y redimido por Dios. Reconoce esa verdad y permite que determine tu relación contigo mismo y con los demás.