25 enero | Jóvenes
«Antes del quebranto se engríe el corazón del hombre, pero antes de los honores está la humildad» (Prov. 18: 12).
¿Cómo discernir la diferencia entre humildad y cobardía? ¿Te has hecho esta pregunta alguna vez? Por ejemplo, alguien te ofende y decides no responder. ¿Es esta la reacción de una persona humilde, o cobarde? No hay una respuesta fácil, ya que la diferencia puede ser sutil.
Valentía y fortaleza son cosas distintas. Sin embargo, para muchos, el fuerte es aquel que utiliza su poder para humillar a los demás y sacar ventaja. En realidad, ese es el cobarde. Quien busca pelea solo cuando está armado es aquel que no confía en su propia fuerza, sino en el arma que posee. Pasar por encima de las personas, someterlas y pisotearlas es fácil. Difícil es superar el ego y pisar el propio orgullo. El fuerte domina sus propios impulsos. El cobarde, por otro lado, se deja llevar por lo que siente. Espera el momento oportuno para tomar represalias, de manera deshonesta y traicionera, cuando ve que el riesgo es menor.
El humilde, en cambio, aunque recibe una ofensa no se venga. Sabe que devolver mal con mal no resuelve nada. En esto, es diferente del cobarde que, cuando es ofendido, no tiene el coraje de enfrentar al otro ni de enfrentarse a sí mismo. El humilde puede vencer al ego. Por el contrario, el cobarde es derrotado tanto por su propio ego como por el adversario. La humildad es grandeza, la cobardía es vergüenza; la humildad es virtud; la cobardía, un defecto del carácter. El humilde siente el dolor por un maltrato; el cobarde sucumbe al amargor del deseo de venganza. El humilde puede perdonar; el cobarde, por resentimiento, no puede pensar en otra cosa que no sea atacar por la espalda.
No te dejes engañar, la humildad precede a la honra. La cobardía, por otro lado, anticipa la derrota. Recibir una ofensa y no devolverla, ser atacado y no vengarse, sufrir provocación y mantener el control, aceptar reconciliarse con alguien que te hizo daño y dejar de lado el resentimiento no son indicios de cobardía, sino pruebas de humildad. Son verdaderos actos de grandeza ante Dios y ante el ser humano.
Si alguien te llama cobarde por actuar con humildad, no te preocupes. Busca consuelo en las palabras de Jesús: «Bienaventurados los humildes, porque ellos heredarán la tierra» (Mat. 5: 5).