7 septiembre | Jóvenes

El poder de la constancia

«Pero el que persevere hasta el fin, este será salvo» (Mat. 24: 13). 

Las grandes conquistas en la vida no ocurren por casualidad, sino como resultado de un esfuerzo constante. ¿Quieres ver algunos ejemplos? Si deseas ponerte en forma, no sirve de nada ir al gimnasio solo un día. Si quieres adquirir conocimiento, no es suficiente con leer solo una página de algún libro. Si sueñas con lograr que alguien se enamore de ti, no bastará con regalarle un ramo de rosas. En todos estos casos, es necesario mantener una secuencia de acciones, día tras día, para alcanzar tu objetivo.

Observa que el éxito no tiene que ver con un solo acto ni con su intensidad. Por ejemplo, puedes cepillarte los dientes con la máxima fuerza posible, pero eso no los blanqueará en pocos minutos. De hecho, ¡puedes dañarte las encías! Los dientes blancos se logran con una vida de cepillado, el uso del hilo dental y visitas periódicas al dentista.

De la misma manera, si quieres mantener tu cuerpo saludable y sin esas grasas no deseadas, no sirve de nada pasar diez horas en el gimnasio. Eso perjudicará tu salud. Debes distribuir los ejercicios diariamente, al menos veinte minutos al día, hasta ponerte en forma. Lleva tiempo. Necesitas paciencia y perseverancia. ¡Esto se llama constancia!

En nuestra relación con Dios, sucede lo mismo. Las vigilias, los conciertos musicales e incluso las semanas de oración son excelentes para nuestra comunión, pero no deben ser sus pilares. La intimidad con Dios se construye día tras día, con las rodillas en el suelo y la Biblia en la mano. Los gigantes espirituales no surgen en los escenarios iluminados de la adoración colectiva, sino en las habitaciones oscuras de la comunión personal. La vida cristiana no se activa con el toque de un botón, sino que se construye a través de la continua relación con Dios.

Sé que muchos luchan por mantenerse firmes en los caminos del Señor. Siempre caen en los mismos pecados. Algunos han empezado a leer la Biblia docenas de veces, pero siempre se detienen en los primeros libros. Incluso comienzan una rutina de oración, pero terminan perdiendo el ritmo. ¿Es esta tu realidad? Entonces, tu mayor problema es la falta de constancia.

Clama a Dios para que te conceda perseverancia. Así como necesitas alimentarte todos los días, también necesitas estudiar la Palabra y orar. Haz esto con regularidad, ¡y serás feliz!