13 septiembre | Jóvenes
«Entonces Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, se le acercaron y le dijeron: “Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte. [...] Concédenos que en tu gloria nos sentemos el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda”. Entonces Jesús les dijo: “No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber del vaso que yo bebo, o ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado?”» (Mar. 10: 35, 37-38).
Ten mucho cuidado con lo que le pides a Dios. Si no estás preparado para recibir esa bendición, puede que termines complicándote la vida. Por lo tanto, antes de pedir, reflexiona bien sobre lo que deseas, lo que te motiva, lo que te atrae, tus metas y necesidades. Cuanto mejor comprendas esto, más fácil será saber cómo actuar ante lo que ocurra después. Llegué a esta conclusión a partir de una ilustración del pastor Alejandro Bullón en su libro El líder sabio. Una joven quería ser médica. ¿Motivo? Le gustaba el uniforme blanco y la idea de tener estatus. No hay nada en contra de eso. El único problema es que la realidad suele ser más compleja que nuestra imaginación desinformada. Durante su práctica, cuando la chica empezó a ver sangre y a lidiar con la rutina de la clínica, se dio cuenta de que estaba en el lugar equivocado. Llegado el momento, no tuvo las fuerzas necesarias para hacer lo que había que hacer, y se dio cuenta de que dedicarse a la medicina era mucho más que ponerse la bata blanca y alimentar sus fantasías sobre esa profesión.
Ser capaz de discernir qué metas valen la pena es un don de Dios. No se trata solo de lógica o autoconocimiento. Santiago (o Jacobo) y Juan tal vez se conocían bien. Aparentemente tenían metas claras. Sin embargo, su visión estaba más centrada en las recompensas del trabajo que en el «trabajo en sí». Sabían poco sobre el Líder al que seguían y aún menos sobre la empresa a la que querían dedicar sus vidas. Dos errores graves, ¿no crees?
Tenían una percepción errónea de lo que les esperaba en la «vida real». Por ello, la solicitud que le hicieron al Señor estaba completamente fuera de foco, como suele suceder aún hoy con nosotros. Esta es la razón por la que muchas oraciones no son respondidas: «Pedís, pero no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites» (Sant. 4: 3). Santiago y Juan aún no habían entendido que la «gloria de Jesús» consistía en entregarse para salvar a las personas y llevarles un poco de esperanza. No habían comprendido que la recompensa más grande no es el salario, el prestigio, la casa en la playa o la jubilación, sino el privilegio de marcar la diferencia en la vida de otras personas, recibiendo y siendo bendición a la vez. Les llevó más tiempo de lo esperado, pero finalmente entendieron. ¿Y tú?