14 septiembre | Jóvenes
«Porque el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por todos» (Mar. 10: 45).
¿Quién es el más grande? Esta pregunta fue formulada por los discípulos hace casi dos mil años, pero aún resuena en nuestros días con un tono más directo y agresivo. Revela el carácter extremadamente competitivo de nuestra sociedad, que vive en la búsqueda frenética de la «trinidad del orgullo»: poder, riqueza y posición. Cada vez más, las personas aspiran a la cima de la jerarquía, sin importar dónde, cómo o cuándo. Lo que realmente importa es llegar primero.
Sin embargo, en el reino de Dios, las cosas no funcionan así. En la jerarquía divina, los últimos son los primeros, los débiles son fuertes, y aquellos que sirven son los más importantes. En el negocio de Cristo, el «organigrama» funciona al revés, indicando que el poder pertenece a quienes más sirven. Quien quiera ser líder de los demás debe tomar una palangana, una toalla y agacharse para lavar los pies de aquellos a quienes pretende liderar. Esto implica renuncia, humildad, espíritu de servicio y, por supuesto, amor.
¿Prefieres servir o ser servido? Servir va en contra de nuestra naturaleza. Preferimos recibir abrazos en lugar de abrazar. Nos gusta más recibir aplausos que aplaudir. Es mejor recibir una serenata en la puerta de casa que quedarse fuera delante de la puerta de otros. Servir duele. Inclinarse para lavar los pies de los demás lastima. Es más fácil quedarse sentado en el trono diciéndoles a los demás lo que deben hacer.
Sin embargo, si realmente quieres ser grande y marcar la diferencia en el mundo, tendrás que aprender a servir. Este consejo de oro es válido para el matrimonio, la iglesia, la universidad, la vida profesional... Dondequiera que nos encontremos con gente, deberíamos hacerles la siguiente pregunta: «¿Qué puedo hacer hoy para que tengas un día más feliz?».
Jesús es nuestro gran Maestro en el arte del servicio. Dedicó su vida a favor de la humanidad. Incluso en el cielo, cuando participemos de las bodas del Cordero, él se complacerá en servir a los salvados. Cristo dijo: «Bienaventurados aquellos siervos a los cuales su señor, cuando venga, halle velando; de cierto os digo que se ceñirá y hará que se sienten a la mesa y vendrá a servirles» (Luc. 12: 37).
Que tu oración hoy sea: «Señor, ¡enséñame a servir!»