15 septiembre | Jóvenes
«Al salir Jesús del templo, le dijo uno de sus discípulos: “Maestro, mira, ¡qué piedras, y qué edificios!”» (Mar. 13: 1).
Errar el blanco: esta es una de las definiciones bíblicas de ‘pecado’. Proviene de hamartía, que en griego significa «fallar en el deber», «fracasar», «perder el enfoque». Es cuando la acción o intención, incluso siendo buena, no alcanza el blanco correcto. Se desvía hacia algo periférico o irrelevante, se queda en la superficie y pierde de vista la esencia. Es cuando te distraes o tomas un atajo.
Esto ocurre, por ejemplo, con aquellos que van al culto pero no adoran. El texto se cita y tú no abres la Biblia. ¿Y el himno? No cantas, aun cuando te sabes la letra. Solo murmuras. Mientras predican o leen algo, miras mensajes en el celular. Ves fotos. Publicas. Te sumerges en las redes sociales. Te gusta. Navegas y, aturdido, desapareces en tu propio mundo, solitario. «Oras» con los ojos abiertos. No te arrodillas. No dices «amén». No meditas, no te emocionas, no cuestionas, no interactúas, no te dejas impactar. Estás blindado. No sabes el nombre de quienes te rodean. No te interesa. Estás pero no estás. Tu mente se encuentra lejos. Y tu corazón, ¿dónde estará?
Años atrás, en Madrid, un viernes a la puesta del sol, reuní a los hombres que se habían ofrecido para trabajar de manera voluntaria en la reforma del templo. Algunos no eran cristianos. Otros lo habían sido, pero habían abandonado la fe. Al abrir la Biblia en la historia de Noé, agradecí su ayuda y les expliqué que no todos los que trabajaron en el arca fueron salvados del diluvio. Les insté a no ser meros constructores de templos, sino creyentes fieles. Colaborar con la iglesia era una buena acción, pero no el foco o núcleo de la acción. Entendieron el mensaje. Con el tiempo, muchos de ellos entregaron sus vidas al Señor.
Los discípulos de Jesús, frente al templo de Jerusalén iluminado por la luz dorada del atardecer, se sintieron orgullosos. Llamaron la atención del Maestro sobre ese magnífico edificio. La respuesta fue rápida y certera: «No quedará aquí piedra sobre piedra» (Mat. 24: 2). Luego, Jesús cambia el rumbo de la conversación, corrigiendo el foco de los discípulos. Les hace ver lo que realmente importa: las cosas del cielo, los planes de Dios para nosotros. Así de simple. ¿Es esto en lo que crees? Si es así, pídele a Dios en oración y él te dará la fuerza para no desviarte ni distraerte hasta alcanzar la meta.