19 septiembre | Jóvenes
«Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; pero aquel a quien se le perdona poco, poco ama» (Luc. 7: 47).
Dicen que en Londres existe la «Calle de los Ingratos». Creo que esto no es exclusivo de la capital de Inglaterra. Imagino que en cada ciudad habrá al menos una calle así, quizás más de una. Seguramente, en esas calles también haya una casa de ingratos. La pregunta es: ¿Vives en una casa así?
En Lucas 7, se narra el episodio en el que Jesús es ungido por una mujer pecadora en la casa de Simón, el fariseo. Elena G. White relaciona este evento con la historia de María (ver Mat. 26: 6-13; Mar. 14: 3-9; Juan 12: 1-8; El Deseado de todas las gentes, págs. 733-734). Esto indica que Simón el leproso era el mismo Simón el fariseo, y la mujer pecadora era María de Betania.
Simón había sido sanado por Jesús. Decidió dar una fiesta en reconocimiento a Cristo. Pero a pesar de estar sano, estaba condenado a vivir en una casa sombría, la casa del desagradecido. Cuando Judas criticó el gesto de María, Simón se dejó influir por ello y se avergonzó, pues María estaba en su casa. Pensó que Jesús no sabía quién era ella. Simón se consideraba superior a ella.
Sin embargo, Jesús conocía a María y a Simón. Basándose en esto, contó la parábola de los dos deudores que no podían pagar a cierto acreedor. La deuda de uno era inmensa; la del otro, mucho menor. Ambos fueron perdonados. ¿Cuál de ellos amará más al hombre generoso?
La casa del ingrato está habitada por personas que piensan que la bendición no es un regalo, sino un derecho. Para algunos, cuanto mayor es la bendición, mayor es el mérito por obtenerla. Estas personas olvidan que los dones de Dios son fruto de su gracia, un regalo que no merecemos.
La actitud correcta ante Dios es reconocer la magnitud de su amor y de su infinita misericordia. Solo por eso hemos sido alcanzados y perdonados. Lo que somos o hemos hecho no fue lo que indujo a Dios a perdonarnos y bendecirnos. Todo es cuestión de gracia.
Al pensar en las innumerables bendiciones que recibimos, nuestro corazón debe llenarse de gratitud. En respuesta a los regalos de Dios, debemos ofrecer lo mejor de nosotros en reconocimiento a su bondad infinita.