22 septiembre | Jóvenes
«¿O qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una dracma, no enciende la lámpara, barre la casa y busca con diligencia hasta encontrarla?» (Luc. 15: 8).
Aquella tarde de viernes, William salió de su casa con la intención de pagar el alquiler del mes. Bajó apresuradamente las escaleras del metro, entró en el vagón, se puso los auriculares y, escuchando su música favorita, se dirigió hacia su destino. De repente, alguien interrumpió su camino: «Señor, tenga cuidado. ¡Se le está cayendo el dinero!». Al mirar su bolso, se dio cuenta de que estaba medio abierto. Aterrado, comprobó que gran parte del dinero ya había desaparecido. ¿Y ahora…?
¿Alguna vez has perdido algo de valor? ¿Cómo te sentiste? Es terrible, ¿verdad? Si además sientes que no podrás recuperar lo que has perdido, puede resultar desalentador. Imagino al pastor preocupado por la oveja perdida. Pienso en la mujer de la parábola angustiada por la pérdida de su moneda. Visualizo al padre del hijo pródigo entristecido al verlo partir sin una fecha de retorno. Me imagino la desesperación de Jacob al recibir la noticia de que José no regresaría a casa. Intuyo la tristeza en el corazón de Dios al vernos alejados o alejándonos de él. Por eso vino Jesús: para «buscar y salvar lo que estaba perdido» (Luc. 19: 10), es decir, para ayudarnos a encontrar el camino de regreso.
En esa triste tarde de viernes en Madrid, William llamó consternado a su esposa y le contó lo del dinero perdido. Ella se dirigió rápidamente a la estación más cercana a su casa y un empleado le informó que dos jóvenes habían encontrado un «dinero sin dueño» en el andén: varios billetes de 20 y 50 euros. Alguien los había dejado caer. Luego, el empleado le proporcionó sus números de teléfono. Ella se puso en contacto con ellos, y así William recuperó cada céntimo del dinero del alquiler. Un final feliz e inesperado.
Dios perdió su posesión más preciada: sus hijos. Él nos quiere de vuelta y hará todo lo que esté a su alcance para lograrlo. Ese es el final feliz esperado por el Padre. Una moneda no tiene conciencia de que está perdida, una oveja extraviada no sabe cómo volver al redil por sí sola, pero un hijo arrepentido conoce el camino de regreso al hogar. Si estás cerca, disfruta de la compañía de Jesús, pero si estás lejos, regresa. Tu Padre te está esperando. ¿Cuál será tu respuesta?