23 septiembre | Jóvenes

El sistema ‘mammón’

«El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto» (Luc. 16: 10). 

Uno de los mitos que existen sobre el dinero es que no es problemático desearlo. Sin embargo, Jesús nos advirtió contra ello. En la parábola del sembrador, el Maestro enseñó que las riquezas engañan y sofocan. El dinero crea ilusiones y la falsa sensación de que puede ocupar el lugar de Dios en nuestra vida. Por eso, Cristo fue tan enfático en sus enseñanzas sobre el tema.

El apóstol Pablo dijo que «el amor al dinero es la raíz de todos los males» (1 Tim. 6: 10). El problema, en realidad, es que la acumulación de riquezas es parte de un sistema cruel llamado ‘Mammón’.

Mammón es la palabra aramea para dinero o riquezas. Significa «aquello en lo que alguien confía» o «algo que se confía a alguien». Jesús quería decir que el dinero revela lo que domina el corazón humano. En Mateo 6: 24, él dice que «ninguno puede servir a dos señores, porque odiará al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas [también «Mammón»; ver RVA]». 

Todo proviene de las manos de Dios: la vida, el aire que respiramos, lo que poseemos, todo. Sin embargo, cuando hablamos de dinero, generalmente usamos la expresión «mi dinero» o al menos así es como lo sentimos. Ese es el problema: pensamos que es «nuestro». Cuando el hombre piensa que posee algo, en realidad ese algo lo posee a él. El dinero no debe controlar nuestro corazón ni nuestros afectos.

Richard Foster dijo que «el dinero tiene muchas de las características de la divinidad. Nos da seguridad, puede inducir culpa, nos da libertad, nos da poder y parece omnipresente. Lo más siniestro de todo, sin embargo, es que reivindica su omnipotencia» (Dinero, sexo y poder, pág. 25).

Las riquezas como ídolo demandan la lealtad y el amor que pertenecen solo a Dios. ¡Ten cuidado! No caigas prisionero en las garras del dinero. Este provoca un tipo de codicia que corrompe el corazón y lo aleja de Dios.