25 septiembre | Jóvenes
«Lleno de angustia oraba más intensamente, y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra» (Luc. 22: 44).
En el jardín de Getsemaní, Jesús enfrentó el mayor desafío de su ministerio. Fue el lugar donde experimentó la angustia más intensa. Allí, presionado y tentado por Satanás, Jesús debía decidir si continuaría o no con el plan de sacrificarse por la ingrata raza humana. Cuando miró hacia atrás, vio que los discípulos ya no podían vigilar ni orar. ¿Valorarían ellos el abnegado acto de entrega del Maestro? ¿Continuarían con su legado de fe? Después de muerto, ¿sería visto solo como un revolucionario idealista y nada más? ¿Borraría el tiempo de la memoria de las personas el enorme sacrificio hecho por ellas? ¿Tendría todo ese sufrimiento el resultado esperado? ¿No sería mejor regresar al cielo, renunciar a la humanidad y ocuparse del resto del universo no caído?
Desde la mezquina y egoísta perspectiva humana, estas preguntas tienen sentido, pero no en la mente de Dios. En ese momento de tensión, Jesús clamó: «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; sin embargo, no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Luc. 22: 42). En su humanidad, Jesús temió a la muerte. Él cargó nuestros pecados y, por eso, el sentimiento de estar separado del Padre era real. La angustia que Cristo enfrentó fue tan severa que las gotas de sudor que caían de su rostro teñían de rojo el suelo. Esto fue un presagio de lo que enfrentaría dentro de pocas horas en el camino al Calvario.
Al igual que Jesús, también pasamos por momentos de aflicción. La mente se ve invadida por pensamientos negativos y terribles tentaciones. El humor cambia y los sentimientos se trastornan. ¿Cómo lidiar con esto? La actitud de Jesús es sugestiva e impresionante. En lugar de rendirse, decidió avanzar. No perdió de vista lo principal. Los ángeles vinieron a consolarlo y él no los rechazó. Moisés y Elías se unieron al equipo. Sintió que no estaba solo. ¡Había más interesados en su victoria! Jesús tomó ánimo y enfrentó la cruz por amor a ti y a mí. Se angustió para asegurar nuestra redención; sufrió para que, libres de todo dolor, pudiéramos ser felices.
En los días sombríos de tu vida, recuerda esa oscura noche de angustia en el jardín y sigue adelante. No estás solo. Si levantas los ojos, verás que Jesús está justo ante ti, esperándote.