27 septiembre | Jóvenes

La iglesia no soy yo

«Pero a todos los que lo recibieron, a quienes creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios. Estos no nacieron de sangre, ni por voluntad de carne, ni por voluntad de varón, sino de Dios» (Juan 1: 12-13). 

«Una golondrina no hace verano». Si te han enseñado que la iglesia eres tú, ¡cuidado! Es una peligrosa media verdad. ‘Iglesia’ significa «asamblea» o «reunión». En el Nuevo Testamento, se refiere a los «llamados a salir» (ekklesia en griego), aquellos que van y proclaman las buenas nuevas a otros. Para la mentalidad de la época, este era un concepto revolucionario. Incluso hoy, lo sigue siendo. Esperar es más fácil que actuar; adoctrinar es más fácil que enseñar, cautivar, amar y servir.

El Occidente se vuelve cada vez más individualista y menos «tribal», con su énfasis en la responsabilidad sobre cada uno en vez del cuidado de la vida colectiva de la iglesia. «Me cansé de ser de la iglesia, yo quiero ser la iglesia», «¡la iglesia eres tú!»: existe un énfasis en el yo como templo y morada del Espíritu. La Biblia dice: «El reino de Dios está entre vosotros» (Luc. 17: 21), que somos «como la niña de los ojos» del Señor (Sal. 17: 8), y que el encuentro con Jesús es personal; pero también dice que la salvación se vive en comunidad a través del bautismo (Hech. 2: 41), la evangelización (4: 4), la adoración en el templo y el servicio a los necesitados (5: 15). Y añade que somos «el cuerpo de Cristo» (Efe. 4: 12) y que debemos «llevar las cargas pesadas de los demás» (Gál. 6: 2).

Un grupo de personas reunidas está lejos de ser un equipo. Una sala de cine llena no es un grupo social, a pesar de las experiencias y los objetivos compartidos. Por lo tanto, no es «hijo de Dios» aquel que va al templo semanalmente pero se resiste a ser parte de la «familia de Dios». Solo es posible dejar de ser de la iglesia y convertirse en iglesia si cada miembro cumple al menos tres requisitos. Primero, recibir a Jesús en el corazón, haciéndolo el centro de su vida. Segundo, creer en su Nombre, es decir, en la misión y las enseñanzas del Maestro; dos cosas inseparables. Tercero, renacer «por medio de la Palabra de Dios, viva y permanente» (1 Ped. 1: 23).

Las iglesias son multitudes unánimes y atentas (Hech. 8: 6), pero también hombres y mujeres, individualmente, sirviendo al Señor (vers. 3). Ser de la iglesia y ser la iglesia no son realidades incompatibles. Si te han enseñado lo contrario, ¡cuidado! La oratoria y la poesía solo ayudan cuando están basadas en la verdad. Ahora ya lo sabes. ¡Piénsalo!