30 septiembre | Jóvenes

El valor de la libertad

«Así que, si el Hijo os liberta, seréis verdaderamente libres» (Juan 8: 36). 

Uno de los casos más extraños de secuestro ocurrió en el pueblo de Arefinsky (Rusia). Una mujer de cincuenta años fue mantenida prisionera desde que tenía treinta, dentro de su propia casa, por su propia madre. La casa estaba en condiciones inhumanas. No había electricidad ni agua corriente. El último baño que recordaba haberse dado había sido diez años antes. El lugar estaba infestado de ratones y gatos. El caso solo llegó al conocimiento de la policía después de mucho tiempo, cuando la madre, ya anciana y enferma, necesitó ser hospitalizada de emergencia.

Cuando le preguntaron por qué hizo tanto mal contra su propia hija, ella respondió:

—La mantuve presa para protegerla.
Esa madre temía perder a su hija en manos del mundo. No quería que conociera a personas que, desde la perspectiva de la madre, eran peligrosas. Una de las declaraciones de la hija al ser liberada fue la siguiente:

—Mi vida es peor que la de un gato. Los gatos tienen más derechos que yo. Es como si yo no existiera.

Debido al cautiverio, Nadezhda Bushueva no tenía idea de cómo funcionaba el mundo y no se dio cuenta de que el tiempo había pasado.

La libertad es un derecho que no se puede negar a los seres humanos. Nadie tiene autoridad para «proteger» a alguien privándole de su libre albedrío. Dios se aseguró de crearnos como seres libres y siempre actúa para garantizar ese valor a sus hijos. No hay protección sin libertad.

La historia del secuestro de Nadezhda Bushueva puede ilustrar lo que sucede cuando permitimos que el enemigo nos encierre en la cárcel del pecado. El propósito del diablo es mantenernos en condiciones deplorables de adicciones, malos hábitos, dependencia y prisión. Él es opresor y tirano. Siempre busca una forma de aprisionar a las personas. La fama, la riqueza, el dinero, el placer y el poder en manos de Satanás se convierten en anzuelos poderosos para esclavizar y destruir.

Jesús es el único que nos promete vida en abundancia y libertad (Juan 10: 10). Solo la presencia de Dios puede garantizar que seamos libres y estemos protegidos. Como dice el apóstol Pablo: «Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad» (2 Cor. 3: 17). ¡Permite que Jesús reine en tu vida hoy y siempre!