2 octubre | Jóvenes
«Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá» (Juan 11: 25).
En la ciudad de Betania vivía una familia muy amada por Jesús, compuesta por los hermanos María, Marta y Lázaro. De todos los lugares por donde Jesús pasaba, ese era el más apreciado, ya que allí él se sentía como en casa; libre de la persecución de los líderes religiosos.
Un día, un mensajero proveniente de Betania trajo la siguiente noticia a Cristo: «Señor, el que amas está enfermo» (Juan 11: 3). ¿Interesante, verdad? ¡Los amigos de Jesús también sufren! Esto nos revela que seguir a Cristo y recibirlo en casa no nos hace inmunes a los problemas.
Tras escuchar la noticia, el Maestro respondió: «Esta enfermedad no terminará en muerte; es para la gloria de Dios» (vers. 4). Parece que esta respuesta no tenía sentido. ¿Cómo puede una enfermedad ser para la gloria de Dios? ¿No sería la sanación lo que pudiera servir para la gloria del Señor? Para empeorar las cosas, después de recibir la triste noticia, Cristo se quedó dos días más donde estaba. Piensa en ello: si un amigo tuyo estuviera al borde de la muerte, ¿no irías a visitarlo de inmediato? Pero Jesús se quedó en el mismo lugar en el que se encontraba.
A veces, sentimos que Dios se está atrasando, ajeno a nuestros problemas, mientras sufrimos en busca de soluciones. Pero esta historia nos enseña que él mantiene el control de la situación. Cristo actúa en el momento adecuado, de la manera correcta, para el bien de aquellos que lo aman. Con toda la certeza del universo, Jesús dijo: «Nuestro amigo Lázaro duerme, pero voy para despertarlo» (vers. 11).
Al llegar a Betania, el ambiente estaba cargado de conmoción. Una multitud lloraba la muerte prematura de Lázaro, junto a las hermanas María y Marta. Entonces, María se postró a los pies de Jesús y exclamó: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto» (vers. 32). Estas palabras conmovieron al corazón de Jesús. A continuación, encontramos al Creador llorando (vers. 35). ¡Qué escena más conmovedora! Dios se compadece del sufrimiento humano.
Jesús ordenó que quitaran la piedra del sepulcro. Luego, clamó: «¡Lázaro, ven fuera!» (vers. 43). Para asombro de todos, el muerto revivió inmediatamente, causando una mezcla de reacciones entre los espectadores.
Dios nunca llega tarde. Para todo hay un tiempo adecuado. Si estás hoy esperando una respuesta de Jesús, simplemente confía. En el momento exacto, actuará.