5 octubre | Jóvenes

Sueña en grande

«No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros» (Juan 15: 16). 

Uno de mis primeros recuerdos de la infancia es salir de la iglesia después del culto llevando la carpeta de mi papá. Me encantaba desfilar por el pasillo de la iglesia como si fuera el propio pastor. Para aquel niño pelirrojo, era un privilegio ser llamado «pastorcito».

Mi padre, Manoel Andrade, no tuvo la misma oportunidad que yo de nacer en un hogar adventista. Aceptó a Cristo a los catorce años en una iglesia evangélica y más tarde conoció la Iglesia Adventista del Séptimo Día, y fue bautizado a los diecisiete años.

Después de completar sus estudios de contabilidad, sintió en su corazón el deseo de ser pastor. Pero ¿cómo cumpliría su sueño si no tenía posibilidades económicas? La mejor solución fue participar en la obra del colportaje (venta de libros puerta a puerta), con lo cual obtuvo la mitad del dinero necesario para estudiar en el Educandário Nordestino Adventista (ENA), en Brasil. Con fe compró un pasaje a Recife, la primera parada en el camino hacia la ciudad donde soñaba estudiar, y oró para que Dios abriera la siguiente puerta.

Era viernes, mi padre tenía solo diez centavos en la billetera y el pasaje. ¿Cómo viajaría hasta Pernambuco sin dinero? Esa noche, entró en su habitación y, a solas, buscó al Señor entre lágrimas. Sintió que Dios le hablaba de manera poderosa: «¡No temas, estoy contigo! ¡El Señor proveerá!».

El sábado por la mañana, fue a la iglesia, asistió a la escuela sabática y participó en el culto. Durante la ofrenda, el pastor abrió su billetera, entregó su ofrenda y luego sacó dos billetes, colocándolos en el bolsillo del traje de mi padre, diciendo que era para ayudar con los gastos del viaje. Después del culto, el diácono principal se puso de pie y le informó a la congregación que Manoelzinho necesitaba ayuda. Al salir, muchos sacaron dinero y lo pusieron en las manos de mi padre. Ese gesto significó para mi padre una confirmación del llamado de Dios.

Al llegar a casa, Manoel entró en su habitación y contó el dinero donado por los hermanos. Había trescientos diez cruzeiros, además de los diez centavos que ya tenía. Con esa cantidad, pudo ir a la facultad de Teología. Si mi padre no hubiese viajado esa noche de sábado, nunca habría sido pastor, no se habría casado con mi madre (que vivía cerca del ENA) y, sin duda, este devocional habría sido escrito por otra persona.
¿Cuál es tu sueño en la vida? ¿Ya lo has puesto en las manos de Dios?