17 octubre | Jóvenes
«Cuando oyeron estas cosas se llenaron de ira, y gritaron, diciendo: “¡Grande es Diana de los efesios!”» (Hech. 19: 28).
El poder de un grupo es considerable. La historia ha demostrado que cuando individuos motivados se unen con un propósito, nada los detiene. Las manifestaciones populares dieron lugar a la Revolución Francesa y al derrocamiento de la monarquía absolutista. Un «motín» provocó la caída del Muro de Berlín, puso fin a la Guerra Fría y desestabilizó la Unión Soviética. En todo el mundo, los movimientos revolucionarios llevaron a varias naciones colonizadas a obtener su independencia.
Cuando las personas se unen, ocurren cambios. Sin embargo, el clamor de la mayoría no siempre representa lo correcto. Un ejemplo de esto fue la multitud que se congregó frente al palacio de Poncio Pilato, el gobernador de Judea, en los días de Jesús. La multitud gritaba con entusiasmo: «¡Crucifícale! ¡Crucifícale!». Pensando que Jesús era un criminal, la turba llevó a la muerte al Hijo de Dios. Por eso, antes de morir, Jesús exclamó: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Luc. 23: 34).
En Éfeso, la multitud se levantó para defender el culto a la diosa griega Diana. El pueblo, incitado por Demetrio y otros fabricantes de estatuillas y réplicas del templo, se opuso al mensaje de los apóstoles de Cristo. ¿La razón? Los nuevos conversos, en gran número, podrían poner en peligro el negocio de los artesanos. En esa ciudad, el comercio de ídolos era la principal fuente de ingresos. Allí, no era la fe lo que prevalecía sino las ganancias.
La verdad es que la multitud grita y se emociona, pero no siempre reflexiona sobre sus acciones. Pocos en una multitud agitada podrían explicar por qué hacen lo que hacen. Algunas personas han contado que se pasaron más de setenta y dos horas sin comer ni dormir, inmersas en el frenesí de un concierto de música o desfilando detrás de un «trío eléctrico» (camión con un equipo de sonido de alta potencia, típico en los carnavales brasileños). Disfrutan el momento, ondean banderas, repiten consignas, participan en rituales, realizan gestos simbólicos, apoyan causas..., todo esto sin pensar siempre en las razones ni considerar las consecuencias.
Ten cuidado con la marcha que lleva a la perdición. No sigas a las personas; sigue a la Persona. En lugar de consignas vacías, elige la Palabra de Dios. Recuerda que no eres un títere. Eres único y especial. No te dejes influir por quienes no toman en serio a Jesús. Usa tu mente. Sé líder. Eso es lo que el Padre espera de ti hoy. ¡Piénsalo!