20 octubre | Jóvenes
«Mostrando la obra de la Ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia y acusándolos o defendiéndolos sus razonamientos» (Rom. 2: 15).
La conciencia es nuestra base de datos interna para la toma de decisiones. La pregunta es: ¿Cuál es la fuente que está alimentando nuestra conciencia? A menudo encuentro jóvenes que dicen confiar en su propia conciencia. Casi siempre, quienes dicen esto ni siquiera saben qué es la conciencia. Es un impulso interno que nos ayuda a percibir lo que está sucediendo a nuestro alrededor.
El teólogo noruego Ole Hallesby dijo que «la conciencia es la percepción de una ley sagrada, sobrehumana». El apóstol Pablo llama a la conciencia la ley interna que refleja la ley de Dios escrita en nuestro corazón.
La conciencia es testigo de nuestras acciones y las expone, evaluándolas según sus criterios éticos. ¿Qué hace un testigo? Cuenta lo que ha visto y oído. Pablo dice que la conciencia a veces acusa y a veces defiende. Nos acusa cuando hacemos algo incorrecto. Pablo usa el gerundio, «dando testimonio», también en el original griego, con la intención de mostrar que está activa todo el tiempo.
¿Y cuando mi conciencia entra en conflicto con las Escrituras? Ese es el problema. Nuestra conciencia no es infalible. Puede estar equivocada. Puede pervertirse. Puede endurecerse.
En la vida de cada individuo, la función de la conciencia depende, en cierto grado, de su experiencia, madurez y, sobre todo, de la cantidad de verdad que está almacenada en su mente.
Por lo tanto, nuestro mayor desafío es proporcionar a nuestra mente información verdadera en la cual pueda basarse. Por eso, la Palabra de Dios debe ser nuestra regla de fe y práctica. Sin ella como modelo, la conciencia puede perderse en los desvíos del mundo.
La Biblia es la brújula moral que nos ayuda a controlar la conciencia. Haz de ella tu compañera hoy y siempre. Aliméntate de la revelación divina y permite que tus acciones sean modeladas por la voluntad de Dios y broten de una conciencia pura y limpia.