24 octubre | Jóvenes
«De manera que la Ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno» (Rom. 7: 12).
Leonardo da Vinci es considerado uno de los mejores artistas de todos los tiempos. Su obra más conocida es el cuadro Monna Lisa, que está expuesto en el Museo del Louvre, en París. Quienes conocen sus pinturas saben que solía plasmar en los personajes algunos rasgos de su propia fisonomía. Así, los retratos adquirían una nariz prominente, cabellos largos y una barba ondeante.
Toda obra de arte revela aspectos de su creador y sirve como una extensión del artista. Este principio se puede percibir en los Diez Mandamientos, presentados en Éxodo 20. Al escribir la ley con su propio dedo en dos tablas de piedra (Éxo. 31: 18), Dios reveló a la humanidad no solo su voluntad, sino también la esencia de quien es él. Elena G. White comentó: «La ley de Dios es un reflejo de su carácter» (Reflejemos a Jesús, pág. 150). Es interesante observar que tanto la ley como el Legislador poseen los mismos atributos de perfección, santidad, justicia y belleza. Podemos decir, entonces, que la ley es un autorretrato, una selfi, del carácter de Dios.
Si pudiéramos resumir la ley divina en una sola palabra, «amor» sería la elegida. El apóstol Pablo escribió: «El que ama al prójimo cumple la ley», y «el cumplimiento de la ley es el amor» (Rom. 13: 8, 10). El amor es la esencia de la ley; el resumen de sus principios. Los cuatro primeros mandamientos del Decálogo se relacionan con el amor a Dios, y los seis mandamientos restantes, con el amor al prójimo. La ley y su Autor son definidos por la palabra «amor» (1 Juan 4: 8).
Sin embargo, como en todas las obras de arte, se deben tener precauciones. En su primera carta al joven Timoteo, Pablo advirtió: «La ley es buena, si uno la usa legítimamente» (1 Tim. 1: 8). La ley de Dios ha enfrentado una fuerte oposición a lo largo de milenios. Entre esos usos indebidos se encuentran el legalismo (creer que la obediencia a la ley puede salvar). En el otro extremo vicioso se da el liberalismo (creer que la ley ya no sirve para nada).
Dios desea que tengamos una relación adecuada con su ley. No fue creada para salvar; su función es señalar el pecado, ser la norma del juicio y llevarnos al Salvador (Gál. 3: 21). Te invito hoy a contemplar la ley del Señor. En ella verás la belleza del amor de Jesús.