25 octubre | Jóvenes
«Sabemos, además, que a los que aman a Dios, todas las cosas los ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados» (Rom. 8: 28).
La tarea más importante de la vida no es lo que hago, sino lo que soy. Dios me ha llamado a ser, no a hacer. Alguien dijo que somos seres humanos y no hacedores humanos.
Dios obra en todas las cosas para el bien de aquellos que lo aman y son llamados según su propósito. Creado por él, tienes todo lo que necesitas para hacer todo lo que Dios quiere que hagas. Nada será desperdiciado. Dios usará todo en tu vida para cumplir la visión que tiene para ti. Pero antes de usarte, Dios quiere trabajar en ti.
El Eterno conoce el pleno potencial de cada uno de sus hijos. Él no quiere un José sentado en el trono de Faraón. Quiere un José resistente para salvar a una generación (ver Gén. 45: 5). No quiere un Daniel en la corte de Babilonia. Quiere un Daniel con oídos sensibles para que él le pueda susurrar sus secretos (Dan. 2: 23). No quiere una Ester en el harén de un rey impío. Quiere una Ester revelando la fuerza y el coraje de una mujer que teme al Señor (Est. 4: 16). Así es como reconocemos el propósito de nuestra existencia. Comprender nuestra misión da sentido a la vida y hasta a la muerte.
Lleva su tiempo que Dios nos haga lo que soñó para nosotros. Sin embargo, el tiempo no es un problema para él. Es un gran privilegio ser llamado por Dios para la ejecución de un trabajo en favor de su reino. Sin embargo, Dios solo podrá trabajar a través de ti si permites que él trabaje primero en ti.
Puedes tener vocación para ser arquitecto, maestro, enfermero o incluso predicador. Sin embargo, eso no significa que hayas sido llamado por Dios. Lo que importa no es tu aptitud, sino el uso que haces de ella. Si te dejas moldear, podrás ser usado. ¡Eres la elección correcta de Dios!