2 noviembre | Jóvenes
«Nuestras cartas sois vosotros, escritas en nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los hombres» (2 Cor. 3: 2).
En 1972, el cartero Gabriel March fue condenado por la fiscalía española a la mayor pena de la historia: ¡384.912 años de prisión! Esto se debió a que March no entregó alrededor de 42.000 cartas, abriendo la mayoría de ellas y robando su contenido. Según una ley de España, la destrucción de cualquier documento puede castigarse con hasta nueve años de prisión. Entonces, recibió la pena proporcional al número de cartas destruidas. Sin embargo, el juez no llegó de hecho a aplicarle una pena tan grande. La sentencia real fue «solo» de catorce años de prisión.
¿Sabías que la palabra «correos» aparece varias veces en la Biblia? (Est.3: 13, 15; 8: 10, 14). El término hebreo es ruts, que significa literalmente «corredores». En el antiguo Israel, las cartas eran transportadas por personas con aptitudes para correr. Debido a las grandes distancias, muchos carteros ya legaban sus bienes a sus hijos antes de partir, temiendo morir en el trayecto.
Los persas fueron los primeros en enviar mensajeros a caballo, que llevaban cartas a estaciones postales distribuidas por el reino. Ciro el Grande entendió que la comunicación con los gobernadores de las provincias era un elemento fundamental en su gobierno. Por eso, ordenó que las carreteras estuvieran bien niveladas y que hubiera puntos de descanso y cambio de correo.
En Brasil, la empresa pública Correios fue creada el 25 de enero de 1663, en Río de Janeiro. Actualmente, alrededor de 57.000 carteros salen todos los días por las calles del país, entregando millones de objetos postales. Noticias buenas y malas, y desde telegramas hasta otros servicios de entrega rápida, llegan diariamente a los hogares brasileños a través de los carteros.
Sin embargo, hay otro tipo de correo que lleva paz, amor y esperanza. Su mensaje no viene envuelto en un paquete o un sobre, sino que se presenta a través de una sonrisa y el ejemplo. Según el apóstol Pablo, nosotros somos la carta y, por lo general, también los carteros. El mensaje que llevamos en el pecho es conocido y leído por todos. No necesitamos correr ni andar a caballo. El verdadero cristiano es un manuscrito ambulante, una carta viva y encarnada.
¿Qué tipo de carta leen las personas en ti? ¿Compartes buenos mensajes, o privas al mundo de conocer la verdad?