7 noviembre | Jóvenes
«Llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo» (2 Cor. 10: 5).
Este es el mayor desafío de nuestra batalla espiritual. Si queremos vencer la batalla física, tendremos que controlar el campo de batalla espiritual. Y las Escrituras dejan claro cómo controlarlo: «Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida» (Prov. 4: 23). Para experimentar una vida de pureza con un corazón limpio, tenemos que identificar lo que nos aleja del corazón de Dios y abandonarlo. Si eres cristiano, eres plenamente consciente de la lucha entre tu carne (los deseos mundanos) y tu espíritu (los deseos sagrados). Esta batalla continua se libra en nuestra mente. La mente es el terreno donde ocurre la batalla.
«Las armas con las que luchamos no son humanas; al contrario, son poderosas en Dios para destruir fortalezas», es lo que dice el apóstol Pablo en 2 Corintios 10: 4. Nuestro problema son las fortalezas del diablo. La raíz griega de la palabra aquí traducida como «fortalezas» se relaciona con el sustantivo «castillo» o con el verbo «fortificar». En otras palabras, Pablo dice que las armas de Dios pueden liberar a quien está «atrapado por el engaño».
No queremos caer en tentación, pero el enemigo nos mantiene encerrados en esta fortaleza que él construyó en nuestra mente. Los eslabones de esta cadena diabólica son mensajes de texto inapropiados, conversaciones con segundas intenciones, sitios inadecuados, fantasías sexuales, etcétera.
Como cristianos, contamos con armas poderosas. Tenemos la fe, la oración y la Biblia. Cuando meditas en Dios, él protege tu mente. Cuando tienes los pensamientos de Dios, él guarda tu mente. Preocúpate menos de con quién estás luchando y ocúpate más en aprender a manejar mejor las armas que el Eterno ofrece.
Poco a poco, construye tus defensas para esos momentos de debilidad. Bloquea todos los caminos hacia la impureza. Cierra cada brecha. Ten cuidado con los puntos ciegos. Todos tenemos puntos ciegos. Como no podemos cambiar lo que no podemos identificar, pídele a Dios que te muestre cualquier área de tu vida que te esté perjudicando, ofendiendo a las personas a tu alrededor y desagradando a Dios. En esta lucha, recuerda lo que dijo Moody: «Dios no busca vasos de oro y no pide vasos de plata, pero necesita vasos limpios».