9 noviembre | Jóvenes
«Servíos por amor los unos a los otros» (Gál. 5: 13).
Años atrás, una madre desesperada se acercó a la puerta de la iglesia, necesitaba un consejo con respecto a su hija adolescente. Me contó que la joven solo quería usar ropa de manga larga, incluso cuando hacía mucho calor. Le pregunté cuál era la razón, y ella respondió: «Mi hija pasa muchas horas al día cortándose los brazos con una cuchilla, diciendo que siente angustia y que ha perdido el sentido de la vida». Después de orar con esa madre, le sugerí que buscara con urgencia la ayuda de un profesional de la psicología.
Aunque la situación de esta adolescente era extrema, es similar a la realidad de millones de personas que ven la vida como una existencia vacía, monótona y sin propósito. Esta visión nihilista se refleja en diversas dimensiones de las relaciones humanas. Hay una constante devaluación del ser, de las personas y de la naturaleza. Después de todo, si creo que mi vida no vale la pena, entonces la vida del otro valdrá aún menos.
Y si la vida ya no tiene sentido, ¿cuál es la conclusión más inmediata? Es el hedonismo, resumido en la frase: «Comamos y bebamos, porque mañana moriremos» (1 Cor. 15: 32). En otras palabras, «disfrutemos de la vida y de todo tipo de placer antes de que la existencia se acabe». ¿Es este el camino para un joven cristiano, buscar placeres como una forma de llenar los vacíos del alma? Definitivamente no.
Debemos entender que la vida es más que comida, bebida, placeres o diversión. El ser humano no es la medida de todas las cosas, y el vientre no es nuestro dios (ver Fil. 3: 19). Todos tenemos asignado un noble propósito para nuestra existencia, que es glorificar a Dios y hacer el bien a los demás. Si pudiera resumir este propósito en una sola palabra, sería «servir».
En su extraordinario libro titulado El hombre en busca de sentido, el psiquiatra austriaco Viktor Frankl describió los horrores que vivió en el campo de concentración de Auschwitz durante la Segunda Guerra Mundial. Observó que los prisioneros que lograban sobrevivir a tantas atrocidades eran precisamente aquellos que encontraban un sentido para sus vidas al ayudar a alguien más necesitado. Muchos de ellos compartían su único pedazo de pan con los más hambrientos y enfermos.
Y tú, ¿has encontrado un sentido para tu vida al ayudar a los demás?