11 noviembre | Jóvenes
«Pues somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas» (Efe. 2: 10).
Con frecuencia olvidamos quiénes somos y tratamos de llenar ese vacío con cualquier cosa que prometa alivio inmediato. Si no sabemos quiénes somos, tampoco conocemos nuestro verdadero sentido. Esto produce falta de auténtico placer en lo que hacemos. Y así, comenzamos a basar nuestra identidad en lo que los demás dicen acerca de nosotros.
«¿Qué tengo de malo?». Esa es la pregunta que atormenta a diario a quienes no conocen su verdadera identidad. «¿Quién soy?». «¿Cuál es mi valía?». «¿Qué debo hacer en la vida?». Estas son cuestiones cruciales para definir nuestra identidad. Sin respuestas claras a ellas, tomamos una serie de decisiones equivocadas. Nos vemos llevados a buscar amor y afirmación en los lugares incorrectos.
La revista Time ha calificado el tiempo en el que vivimos como «cultura avergonzada». Estamos presionados para compartir en el ámbito público lo que, en esencia, pertenece a lo íntimo y privado. Es casi como si no tuviéramos libertad para actuar de otra manera.
En cualquier portal popular de noticias y entretenimiento, siempre nos recuerdan nuestra inadecuación física en comparación con los estándares fabricados y cada vez más artificiales. En las redes sociales, la preponderancia de los famosos y la sobreexposición personal nos estimulan a buscar ideales innecesarios de fama, belleza y similares. Esta agobiante presión, propia de nuestros tiempos, fragmenta la identidad personal, distorsionando nuestra percepción de la realidad y las verdaderas necesidades de la vida.
Para empezar, no somos lo que otros quieren, sino lo que Jesús quiere. Tú no eres lo que haces, sino lo que Jesús ya ha hecho. Lo que haces no determina quién eres; quién eres determina lo que haces. Es importante entender esto sobre cualquier otra cosa en la vida.
No permitas que un momento defina toda tu vida; Jesús es quien define tu existencia. Alineado con la Palabra de Dios, puedes reemplazar la mentira con la verdad. Las Escrituras lo dicen claramente: «Somos creación de Dios». Que no se te olvide, esa es tu verdadera identidad.