15 noviembre | Jóvenes

Alegría

«Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!» (Fil. 4: 4). 

Conozco a algunas personas que tienen una sonrisa fácil. Parecen estar siempre en armonía con la vida. Para ellas, la alegría es el estado natural del corazón. Sin embargo, no todos somos así.

Todos nacemos con un potencial para la alegría. Observa a los niños. En general, viven celebrando la vida. Sus juegos son ruidosos y divertidos. Verlos jugar te hará sonreír por su creatividad. No necesitan mucho para ser felices.

En Sorprendido por la alegría, C. S. Lewis relata su travesía desde el ateísmo hasta el cristianismo auténtico. Recorrió este camino tratando de descubrir cuál era la fuente de la alegría que había experimentado en la infancia. La experiencia de la conversión, como dijo Jesús, nos hace semejantes a los niños. Volvemos a sonreír con el corazón.

Pero, ¿cuándo se volvió todo tan serio? ¿En qué momento perdimos la capacidad de reír a carcajadas? ¿Por qué la risa desapareció de nuestro rostro?

Pablo estaba preso en Roma. Por eso, la iglesia de Filipos envió a uno de sus líderes, Epafrodito, para animar al apóstol y ayudarlo en sus necesidades. Cuando regresó a Filipos, Epafrodito llevó una carta de Pablo para alentar e instruir a la iglesia. En ella, el apóstol afirma su completa satisfacción y alegría en Cristo, incluso frente a los graves problemas que enfrentaba.

En cada capítulo, Pablo muestra el lugar supremo de Jesús en su vida. Al leer esta epístola, entendemos que regocijarnos en Cristo debe ser la primera prioridad de la vida cristiana. No hay nada mejor que la alegría para sanar las amarguras de la existencia. La felicidad es terapéutica.

¿Quién era este prisionero que enseñaba a la iglesia a regocijarse? Pablo repitió este mandamiento tres veces (Fil. 3: 1; 4: 1; 4: 4) como si estuviera estableciendo un nuevo principio.

En Cristo, podemos experimentar una felicidad real. Aprende a depender de él y la verdadera alegría será una realidad en tu vida.