18 noviembre | Jóvenes
«Sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís» (Col. 3: 24).
El verdadero cristianismo nos lleva invariablemente a una vida de servicio. El propósito supremo del servicio es expandir el reino de Dios en la tierra. Estoy seguro de que aquellos que están sirviendo en la iglesia, en la familia o en la comunidad han comprendido perfectamente la grandeza del servicio. Comenzamos a servir en el mismo instante en que fuimos alcanzados por la gracia. El deseo del corazón de un alma convertida es ver a otras disfrutando de las mismas bendiciones que ella experimenta. Su única motivación es Jesús. Nada más.
Se cuenta que, en cierta ocasión, un zapatero cristiano le preguntó a Lutero qué debía hacer para servir mejor a Dios. Quizás esperaba el consejo de cerrar su negocio y convertirse en predicador del evangelio. Pero Lutero respondió: «Haz un buen zapato y véndelo a un precio justo». Lutero enseñó a este hombre que debía servir a Dios a través de su profesión. Servimos a Dios cuando realizamos nuestro trabajo con excelencia. No digas que estás trabajando para Dios si haces tu trabajo de cualquier manera. Dios no aprecia a un santo relajado.
Una niña de casi catorce años perdió a sus padres. Y a partir de allí, asumió sobre sus hombros la difícil tarea de cuidar a sus hermanos menores. Trabajaba fuera, limpiaba la casa, lavaba, cocinaba. Y de tanto trabajar sin parar, enfermó. Algunas diaconisas fueron a visitarla. Estaba postrada. Con lágrimas en los ojos y con dificultad en la voz, dijo: «No tenemos comida, no tenemos dinero, no tenemos nada; todo lo que tengo son estos grandes callos en las manos. Si me encuentro con Jesús, ¿qué le diré?». Una de las diaconisas, mientras acariciaba su cabello, le dijo: «Hija, cuando te encuentres con Jesús, no digas nada. Solo muéstrale tus manos».
Manos marcadas por el servicio. Las manos de los discípulos de Jesús son las manos de Cristo para el mundo. Como su seguidor, necesitas servir a las personas por él. Descubre cuáles son las oportunidades en tu vecindario y aprovecha para servir en alguna de ellas. Sé las manos de Cristo donde estés.
Hay mucho que podemos hacer por los demás. Necesitamos ayudar a las personas a llevar la pesada cruz que cargan. Ofrece a alguien un simple vaso de agua en nombre de Jesús. Sirve al prójimo con amor sincero. Así, muchos podrán decir que Jesús pasó por donde tú anduviste.