2 diciembre | Jóvenes

La importancia de oír

«Por eso, como dice el Espíritu Santo: “Si oís hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones”» (Heb. 3: 7-8).

El ser humano se acostumbra fácilmente. Puede adaptarse prácticamente a cualquier cosa. Algunos dicen que se necesitan veintiún días para «reprogramar la mente» y entre sesenta y noventa días para que un comportamiento se vuelva automático. También se dice que deshacer un hábito antiguo es cinco veces más difícil que crear uno nuevo. ¿Interesante, verdad?

Esto se puede ilustrar con experiencias relacionadas con la sensibilidad auditiva de las personas frente a circunstancias diferentes. Doña Jadi y el señor Manuel recibieron en su casa, por una noche, a unos amigos que estaban de paso. Muy hospitalarios, ambos se esforzaron por ofrecer lo mejor: una buena cena, habitaciones cómodas y un ambiente acogedor.

Por la mañana, los huéspedes vieron por la ventana de la sala un tren que pasaba a cierta distancia. Se sorprendieron: «¡Mira, el tren pasa cerca de aquí!». Doña Jadi entonces comentó: «Espero que hayáis logrado dormir. Pasa cuatro veces durante la madrugada». ¡Increíblemente, los huéspedes ni siquiera se habían dado cuenta! ¿Y por qué no? Porque en su ciudad, tenían una vía férrea al lado de su casa y por allí el tren pasaba aún más veces, tanto de día como de noche. No escucharon los ruidos porque, debido a la fuerza del hábito, estaban «blindados».

No es agradable que el sueño se vea interrumpido durante la noche por el ruido de un tren. Sin embargo, como ilustra la situación anterior, observamos que la pareja no se vio afectada simplemente porque estaban acostumbrados a sonidos más molestos que los que se escuchaban en la casa de doña Jadi y el señor Manuel. En cierto sentido, sus oídos se habían vuelto insensibles.

La Biblia insiste en la necesidad de mantener los oídos y el corazón abiertos cuando se trata de la voz de Dios. Solo la escucharás si no te dejas insensibilizar por las distracciones y los sonidos rutinarios del mundo. Para ser sensible, debes insensibilizarte de muchas otras cosas. Dios puede hablar entre truenos, puede expresarse en voz alta y clara, pero lo normal es que su voz solo la escuchen aquellos que están atentos, interesados y en la sintonía correcta (ver 1 Rey. 19: 11-13). Ojalá sea tu caso. Abre tus oídos. Dile al Señor: «Habla, que tu siervo escucha» (1 Sam. 3: 10). Dios tiene mucho que decirte. ¿Estás preparado?