3 diciembre | Jóvenes
«Cuando Dios hizo la promesa a Abraham, no pudiendo jurar por otro mayor, juró por sí mismo, diciendo: “De cierto te bendeciré con abundancia y te multiplicaré grandemente”. Y habiendo esperado con paciencia, alcanzó la promesa» (Heb. 6: 13-15).
La Biblia tiene miles de promesas. Algunas de ellas deben ajustarse a tus necesidades. Por todo lo que he pasado, puedo afirmar que las promesas de Dios son infalibles.
Cuando Abraham llamó a su siervo más antiguo para darle la misión de encontrar una esposa para su hijo Isaac, le pidió que jurara que buscaría a una mujer de su propio pueblo.
Eliezer entendió de inmediato que esta era una misión gigantesca y preguntó si podía llevar a Isaac consigo. Abraham le dijo que no.
Podemos imaginar a Abraham diciendo: «Escucha, no te estoy enviando porque creo que deba enviarte. Te estoy enviando porque esto es parte del plan de Dios para mi vida. El Señor enviará a su ángel para que vaya delante de ti». Abraham se aferró a las promesas de Dios. El Eterno le había prometido que lo haría padre de una gran nación. El Señor juró por su nombre. Abraham confió en la promesa.
No logramos grandes conquistas porque seamos capaces. Puede ser que tengamos algunas capacidades, pero nos fueron dadas por Dios con un propósito. Todas nuestras conquistas y logros son la realización de los planes de Dios para nuestra vida. Sus promesas son fieles y verdaderas.
Necesitamos aprender a aferrarnos a ellas. «La Biblia contiene miles de promesas. Es un talonario de cheques firmados por Dios», escribió Frederick B. Meyer. Aunque no tenía hijos, Abraham estaba destinado a ser «padre de una gran nación». Él confiaba en que el Señor multiplicaría a sus descendientes cuando naciera su hijo. Sabía que era solo cuestión de tiempo que la promesa se cumpliera.
¿Por qué es importante aprender a depender de las promesas de Dios? La respuesta es la siguiente: el camino es tortuoso, la vida puede ser complicada y siempre habrá momentos en los que solo tendrás las promesas del Eterno como algo a lo que aferrarte. Dios honra sus compromisos. Así que descansa en sus promesas.