6 diciembre | Jóvenes
«Sino que cada uno es tentado, cuando de su propia pasión es atraído y seducido. Entonces la pasión, después que ha concebido, da a luz al pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz a la muerte» (Sant. 1: 14-15).
Cometer un delito no vale la pena. Aunque alguien vea alguna ventaja en él, el precio que le costará a quien se aventura por este camino es muy alto. La pérdida de libertad o de la vida. Mira, por ejemplo, lo que sucedió en la ciudad de Criciúma (Brasil). Los criminales asaltaron un banco y se llevaron más de quince millones de euros. Rápidamente, huyeron, y nadie pudo detenerlos. Para ellos, ¡había sido un éxito!
Sin embargo, nada permanece oculto para siempre. Habían escapado, pero dejaron sus huellas dactilares, restos de sangre y muestras de ADN en varios lugares. Poco a poco, la policía fue siguiendo las pistas y cerrando el cerco. Varios sospechosos repartidos por todo el país fueron identificados y detenidos. El crimen no vale la pena. Además que el robo es en sí algo intolerable, las consecuencias casi inmediatas de este acto tuvieron un sentido opuesto a lo que la banda esperaba. Los ladrones querían disfrutar del fruto de su «trabajo», pero terminaron tras las rejas.
En la vida espiritual, ocurre exactamente lo mismo. El pecado no vale la pena. ¿Cuál es la ventaja de desobedecer la ley de Dios? Los placeres ilícitos son esclavizantes y dejan el sabor amargo de la culpa y la condenación. Muchas personas aceptan las propuestas del enemigo sin darse cuenta de que han caído en una trampa terrible. El precio de unirse al mal disfrazado de placer es la frustración, la insatisfacción, la adicción y, si no hay arrepentimiento, la muerte eterna.
La práctica del pecado siempre te llevará más lejos de lo que estás dispuesto a ir, te aprisionará durante más tiempo del que estás dispuesto a sufrir, y te cobrará un precio más alto que el que estás dispuesto a pagar. Aunque su propaganda sea poderosa y atractiva, no es más que una trampa. Todo lo que el enemigo ofrece siempre tendrá como resultado un terrible perjuicio. El pecado es pérdida; es pura ilusión vana.
Si has caído en esta trampa, clama por el poder de Dios y sal mientras haya tiempo. Busca apoyo en personas con experiencia y dignas de confianza. ¡El camino no será fácil, pero Cristo ya te ha garantizado la victoria!