8 diciembre | Jóvenes
«Así como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir, porque escrito está: “Sed santos, porque yo soy santo”» (1 Ped. 1: 15-16).
La santidad es un tema serio. No hay obra más importante en la vida que la santificación. Pero, ¿qué significa esto realmente? Aunque el término teológico puede sonar complicado, el concepto es muy sencillo: la santidad es ser semejante a Jesús. Es parecerse a él.
La mayor dificultad para entender la santidad son los «santos» que pasan una eternidad en la iglesia pero no se parecen en nada a Jesús. Visten como santos, hablan como santos, comen como santos, viven con los santos, pero nunca han conocido realmente a Jesús. La palabra clave para la santificación es relación.
Como la santidad está asociada al concepto divino, a menudo pensamos que el estándar es inalcanzable. De hecho, lo es. Pero a través de la contemplación ocurre el milagro de la transformación. El tiempo que pasamos en relación con Jesús produce el cambio necesario en nuestras vidas. Cuando esto sucede, las personas empiezan a ver a Jesús en nosotros.
Cuando conocemos a alguien, nos familiarizamos con esa persona. Con Jesús ocurre lo mismo. Al relacionarnos con él, asumimos sus características e imitamos su comportamiento.
Es crucial entender que la santidad no consiste en ir a la iglesia, participar en actividades religiosas o seguir reglas de manera mecánica, sin las motivaciones correctas.
Santidad es hacer de Jesús tu mejor amigo de por vida. Es caminar con él todos los días con la ayuda de las Santas Escrituras. Es deleitarte en su presencia, deseándolo como la mejor compañía, sabiendo que estar junto a él es verdaderamente gratificante. Es tener una relación tan profunda con Jesús que él realmente ocupe el primer lugar en tu vida. En definitiva, es darle más importancia a él que a cualquier otra cosa.