4 febrero | Jóvenes
«Nunca digas: “¿Cuál es la causa de que los tiempos pasados fueron mejores que estos?”, porque nunca hay sabiduría en esta pregunta» (Ecle. 7: 10).
Sentir cierta nostalgia por el pasado es diferente del ensimismamiento en el ayer. Por eso, debemos aprender tanto a recordar como a olvidar. Así como hay experiencias que inspiran, también hay algunas que bloquean. Piensa en los israelitas durante el cautiverio babilónico. Lamentaban no poder entonar cánticos de alabanza a Dios «en tierra extranjera» (Sal. 137: 1-4). Sin embargo, lo que les impedía avanzar no era la nostalgia, sino el ensimismamiento en el pasado. Querían revivir el pasado en lugar de utilizarlo como combustible para impulsar el presente. Usaban las alegrías del ayer como excusa para no vivir el hoy de manera creativa e intensa.
Cuando Dios sacó al pueblo hebreo de Egipto, después de más de cuatrocientos años de esclavitud, algunos decían que haberse quedado allí como esclavos hubiera sido mejor que avanzar por el desierto hacia la tierra prometida. Estaban ensimismados en el pasado. Josué y Caleb, en cambio, exclamaron ante Canaán: «Subamos y tomemos posesión de la tierra» (Núm. 13: 30). Estos dos anhelaban ser libres para adorar al Señor y reconstruir la nación. Los otros diez vacilaron. No veían el futuro; solo el pasado. Pasado y futuro no son incompatibles en la mente de quienes sienten nostalgia. Sin embargo, para quienes están ensimismados en el pasado, esta dinámica se convierte en un problema. Por eso, a veces, en la iglesia surgen conflictos innecesarios.
Así sucedió con el anciano que, durante más de una década, fue el líder absoluto de una iglesia. Un día, alguien sugirió cambiar el púlpito, ya que el que tenían era muy antiguo y feo, casi una reliquia. El anciano no estuvo de acuerdo. Intentó de todas las maneras disuadir a los demás. Pocos lo apoyaron. Finalmente, sintiéndose ofendido y contrariado, dijo: «De aquí no sale este púlpito. O se queda, o me voy yo». ¿Sabes qué pasó? Para la iglesia, eso fue la gota que colmó el vaso. La mayoría entendió que ya era hora de renovar el liderazgo. Se fue el púlpito, se fue el anciano. Caso cerrado.
No es pecado tener nostalgia. No está mal luchar por conservar lo bueno que experimentamos ayer y valoramos hoy. El problema surge cuando la nostalgia se convierte en la incapacidad de avanzar hacia los sueños que Dios tiene para nuestra vida. Por lo tanto, permítele a él guiarte, ya sea al mirar al pasado o al caminar hacia el futuro. Después de todo, la compañía del Señor es lo único que realmente importa.