22 diciembre | Jóvenes

La guerra no terminó

«Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma» (Heb. 10: 39). 

La historia del soldado japonés Hiroo Onoda es un ejemplo de lealtad y perseverancia. Era teniente de élite, entrenado en tácticas de guerrilla y como oficial de información. En 1944, a los veintidós años, fue enviado a la isla Lubang (Filipinas), para luchar contra las tropas estadounidenses. Onoda planeaba misiones especiales desde su escondite en la selva. Tenía criterios inquebrantables: nunca rendirse, no realizar ataques suicidas, y resistir hasta la llegada de refuerzos. Aunque la Segunda Guerra Mundial terminó en septiembre de 1945, el teniente Onoda no lo sabía; para él, la lucha continuaba.

Desconfiaba del enemigo; interpretó los panfletos que caían en la selva anunciando el fin de la guerra como intentos de capturarlo. Así, vivió aislado, planificando estrategias de combate durante más de treinta años. El conflicto solo terminó para él en 1974, cuando el gobierno japonés envió a su antiguo comandante para ordenarle que se rindiera invocando el fin del conflicto. Solo con esta medida se convenció.

Esta historia conlleva lecciones cruciales para nuestra travesía en medio de un gran conflicto. Estamos en una guerra milenaria y no podemos caer en las trampas del enemigo. No podemos bajar las armas. A diferencia de la historia de Onoda, la lucha no ha terminado, pero el enemigo quiere convencernos de lo contrario.

Sin embargo, no podemos luchar solos. No podemos encerrarnos en la jungla de nuestro orgullo espiritual y pensar que tenemos la capacidad de resistir al enemigo por nosotros mismos. Dependemos exclusivamente del Comandante, que está a nuestro lado y tiene el poder de vencer al enemigo. Nuestra parte es decidir permanecer en el ejército vencedor, apropiándonos de las armas del arsenal celestial. Así seremos victoriosos.

Pronto, el Comandante vendrá y nos rescatará de la jungla del pecado. Declarará el fin del conflicto. Puede ser que enfrentes momentos difíciles donde te cuestionarás si vale la pena seguir la lucha. Todo esto es parte de la guerra. No te preocupes. Simplemente toma la decisión crucial de no retroceder. Únicamente deja de luchar cuando estés seguro de que la guerra ha terminado. Solo entonces podrás rendir las armas y descansar en un lugar seguro.