23 diciembre | Jóvenes
«Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo» (Apoc. 3: 20).
Me enamoré y me comprometí mientras estaba en el internado. Mi prometida terminó la universidad, pero yo aún tenía otro año de estudios por delante. Estaríamos separados, a una distancia de más de mil kilómetros. Acordamos que ambos nos escribiríamos una carta todos los días. Y así lo hicimos. Cada uno de nosotros tiene al menos quinientas cartas guardadas hasta hoy. Ellas cuentan parte de nuestra historia de amor.
En el nombre de Jesús, Juan escribió una carta para cada una de las siete iglesias de Asia Menor. Cada iglesia representa un período de la historia del cristianismo. Todas las cartas tienen más o menos la misma estructura: presentación, elogio, reprensión, consejo y promesa. Contienen declaraciones de amor de Dios para su pueblo.
En mi opinión, la más apasionada es la de Laodicea. Este nombre proviene de la combinación de dos palabras griegas: laos, que significa «pueblo», y dikaios, que significa «juicio». Entonces, Laodicea significa «juicio del pueblo» o «pueblo del juicio». Proféticamente, el período de esta iglesia comenzó en 1844 y llega hasta el regreso de Jesús. En 1844, comenzó el juicio investigador.
Jesús dijo que Laodicea estaba a un paso de la eternidad, pero dormía en su tibieza e indiferencia. Por lo tanto, es una iglesia acomodada y satisfecha consigo misma. Y el Eterno no soporta esa situación.
La iglesia de Laodicea es mi iglesia hoy. La juventud de esta iglesia es mi juventud. A nosotros, el Señor nos está reprendiendo con lágrimas en los ojos. No recuerdo ningún momento en mi vida cristiana en el que me haya sentido frío. Hubo varios momentos en los que me sentí ardiente, con una experiencia viva con mi Jesús. Pero, en su mayor parte, confieso que me he sentido tibio, haciendo más de lo mismo sin que la llama de la verdad esté brillando en mi corazón. Esta condición es cómoda, pero terriblemente peligrosa.
En su fuerte llamado, Jesús está llamando a la puerta de nuestro corazón. Él está fuera. Algo muy malo está sucediendo dentro; por eso, él quiere entrar. Responde a su llamada. Permite que entre y disfruta de su compañía. Te garantizo que, después de su entrada, ¡nada será igual!