24 diciembre | Jóvenes
«Día y noche, sin cesar, decían: “¡Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es y el que ha de venir!”» (Apoc. 4: 8).
En Apocalipsis 4, se describe la sala del trono celestial. El capítulo también presenta la adoración en el cielo, donde los ángeles repiten constantemente su alabanza a Dios. John Wesley lo llama «feliz inquietud». Lo que dicen los ángeles en el cielo, los veinticuatro ancianos lo repiten: «Santo, santo, santo». Un día nos uniremos a ellos y formaremos un gran coro.
¿Puedes imaginar la alabanza y adoración en el cielo? El Cordero está allí. No es solo una «persona agradable», sino Aquel que pagó el precio por nosotros. Aquel que nos amó «de tal manera» (Juan 3: 16).
¿Cómo entiendes esto? Cualquier niño de ocho años puede decir: «El Creador del universo se preocupa tanto por mí que vino a la tierra para pagar mi deuda con su sangre». Si aceptamos este mensaje, nuestra vida cambia. La forma en que entendemos el amor es importante porque define cómo responderemos al amor.
Piensa en estas tres preguntas: (1) ¿Quién es la persona más importante de tu vida? (2) ¿Quién es la persona que más te ha herido en la vida? Para la mayoría de nosotros, no es muy difícil recordar a alguien. (3) ¿Estarías dispuesto a renunciar a la persona que más amas en favor de aquel que más te ha herido?
Esto es lo que hace el amor. El amor entrega lo mejor a quien no lo merece. El apóstol Pablo dice: «Cristo murió por los impíos» (Rom. 5: 6). Juan afirma: «En esto conocemos lo que es el amor: Jesucristo dio su vida por nosotros, y nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos» (1 Juan 3: 16). El amor es el principio por el cual Dios dirige el universo.
En Apocalipsis, vemos a los ángeles y a los veinticuatro ancianos adorando a Dios no solo por su gran amor hacia ellos, sino porque él ama a sus hijos independientemente de quiénes sean. Por eso lo adoran, ya que es imposible experimentar el amor de Dios y no postrarse ante él.
Esto es lo que haremos por toda la eternidad, en compañía de seres celestiales. No sabemos exactamente lo que significa. Intenta imaginar estar delante del Señor, lejos del pecado, las enfermedades y la tentación. Imagina contemplarlo cara a cara, mirar al Cordero que nos amó y nos lavó de nuestros pecados. Ahora es más fácil entender por qué los veinticuatro ancianos arrojaron «sus coronas delante del trono» (Apoc. 4: 10). ¡El cielo es un lugar para adoradores!