29 diciembre | Jóvenes

Extasiados por la belleza

«Cuando lo vi, caí a sus pies como muerto. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: “No temas”» (Apoc. 1: 17). 

Un extraño síndrome ha afectado a turistas que visitan la ciudad italiana de Florencia. Se trata del síndrome de Stendhal, un fenómeno que provoca fuerte estrés psicológico en los visitantes al entrar en contacto con la abundante riqueza artística de la ciudad. Este síndrome fue clínicamente descrito como un trastorno psiquiátrico en 1989 por la médica italiana Graziella Magherini. Ella observó a ciento seis pacientes que experimentaron vértigo y palpitaciones al observar obras de arte, como las esculturas de Miguel Ángel y las pinturas de Botticelli. Este síndrome puede afectar a las personas al punto de que dejen de sentir su propio cuerpo.

En la Biblia, algunos personajes pasaron por situaciones similares, pero mucho más intensas, especialmente cuando entraron en contacto con la belleza inigualable de Dios. Los profetas Daniel y Juan, por ejemplo, vieron personalmente a Jesús glorificado y llegaron incluso a desmayarse debido a tal deslumbramiento. Daniel describió: «Alcé mis ojos y miré, y vi un varón vestido de lino y ceñida su cintura con oro de Ufaz. Su cuerpo era como de berilo, su rostro parecía un relámpago, sus ojos como antorchas de fuego, sus brazos y sus pies como de color de bronce bruñido, y el sonido de sus palabras como el estruendo de una multitud» (Dan. 10: 5-6).

¿Cómo reaccionarías si estuvieras físicamente ante el Creador? ¿Te quedarías sin palabras? ¿Caerías a sus pies como muerto? Un día, por la gracia de Dios, tendremos el privilegio de ver el rostro de Jesús cara a cara. El pecado no nos separará más de Dios, y no habrá síndrome que nos provoque palpitaciones o desmayos. Miraremos al Salvador a los ojos, escucharemos su dulce voz y tendremos el privilegio de abrazarlo. En el cielo, en lugar de cualquier síndrome, experimentaremos la plenitud de la felicidad.

Te propongo el siguiente ejercicio: piensa en todas las cosas hermosas que has visto, en las melodías más sublimes que has escuchado, en la comida más deliciosa que has probado, en los lugares más fantásticos que has visitado. Todo eso es solo una millonésima parte, y mucho menos, en comparación con lo que Cristo ha preparado para ti. ¡El cielo es real! Allí, las bellezas son infinitamente superiores a las de Florencia y de toda la tierra. ¡Así que prepárate!