8 febrero | Jóvenes
«No andarás chismeando entre tu pueblo. No atentarás contra la vida de tu prójimo. Yo, Jehová» (Lev. 19: 16).
La psicología explica la mentira como un mecanismo de defensa; la sociología, como la búsqueda del poder; y la filosofía, como una manifestación de la imperfección humana. Sin embargo, Cristo atribuyó su origen a una causa espiritual. Declaró que el diablo es el «padre de la mentira» (Juan 8: 44). Jesús dijo esto porque la mentira tuvo su origen con Lucifer en el cielo. Misteriosamente, el engaño se arraigó en el corazón de este querubín que aspiraba a ser igual al Altísimo (Isa. 14: 12-14). Su mentira y orgullo alcanzaron alturas tan elevadas que desencadenaron una batalla en los campos celestiales, con el resultado de la expulsión de la tercera parte de los ángeles.
Desde entonces, Satanás siempre ha buscado distorsionar la verdad. Es un experto en el arte de la mentira, un verdadero ilusionista. Su estrategia consiste en mezclar la verdad con el error, como hizo con Eva en el jardín del Edén (Gén. 3: 1) y con Jesús en el desierto (Mat. 4: 6). El diablo odia la verdad y hará todo lo posible por destruir la reputación de los demás.
Curiosamente, Levítico 19: 16 asocia la mentira con el asesinato. En este versículo, «difamar» es una traducción de la palabra hebrea rakhil. Esta palabra se encuentra en varios pasajes bíblicos, refiriéndose tanto a un comerciante que va de puerta en puerta como a un difamador (Prov. 11: 13; Eze. 17: 4). La raíz rakhal también está relacionada con la acción de Lucifer en el cielo: «A causa de tu intenso trato comercial [rekhullah], te llenaste de iniquidad y pecaste» (Eze. 28: 16). Observa: al difundir mentiras de oído a oído en el cielo, Lucifer cometió violencia, atentando contra el carácter de Dios.
¿No cometemos pecados similares con nuestra lengua? El noveno mandamiento dice: «No dirás contra tu prójimo falso testimonio» (Éxo. 20: 16). Esto implica calumnias, mentiras y también chismes. Es hora de reflexionar sobre cómo utilizamos nuestras palabras. ¡Cuidado de no destruir a alguien con tu lengua! La Biblia dice: «Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes» (Efe. 4: 29). Gran desafío ¿no?