16 febrero | Jóvenes
«Se difundió su fama por toda Siria [...]. Lo siguió mucha gente de Galilea, de Decápolis, de Jerusalén, de Judea y del otro lado del Jordán» (Mat. 4: 24-25).
Ser famoso es como una espada de doble filo: tiene sus encantos por un lado y sus inconvenientes por el otro. No es nada fácil lidiar con esto. E incluso aquellos que lo logran terminan pagando un precio. Por ejemplo, la pérdida de privacidad, las altas expectativas de los demás, la necesidad de dar explicaciones, el desafío de mantener el buen humor, ser cordial, estar siempre en forma y con buena disposición, entre otras cosas. «¡La vida de artista cansa!», decía irónicamente mi madre.
¿Y Jesús? ¿Cómo manejaba él la fama? Veamos. Aunque desde niño destacaba debido a su inteligencia y poder espiritual, solo alrededor de los treinta años, después de pasar por el desierto de la tentación y las aguas del bautismo, inició su ministerio profético y «se hizo famoso». En poco tiempo, todo el mundo tenía algo que decir acerca de Jesús. Al visitar Nazaret, el lugar donde creció, sus conciudadanos exigieron que realizara milagros delante de todos (ver Luc. 4: 22-30). Fue allí donde Jesús empezó a decepcionar a algunos de sus seguidores. La decepción, ya sea bien fundamentada o no, suele entristecer y alejar a las personas que antes alentaban tu éxito; llena de amargura su corazón y sus labios.
Jesús lo vivió en carne propia. Increíblemente, no cumplió con las expectativas de algunos. Sus vecinos lo expulsaron de Nazaret, parte de la multitud lo abandonó, la familia lo presionó e incluso los amigos más cercanos a veces no pudieron apoyarlo. Sin embargo, la soledad, la tristeza y los desafíos de la fama nunca apartaron a Jesús de su objetivo ni lo sumieron en la autocompasión. ¿Y por qué no? Porque saber lo que quieres, quién eres y hacia dónde vas marca la diferencia, como lo hizo en la vida de Jesús.
Quienes tienen prestigio o fama necesitan mantener los ojos en la dirección correcta. Pueden mirar hacia atrás, hacia los seguidores que tienen, pero deben aprender a mirar hacia delante, porque quienes los siguen simpatizan con sus sueños, metas y valores, no solo con ellos en cuanto personas. Reflexiona sobre esto y, la próxima vez que no cumplas con las expectativas equivocadas de alguien, recuerda: ¡Ni siquiera Jesús pudo hacerlo! ¿Qué te hace pensar que podrías hacerlo tú?