22 febrero | Jóvenes
«Ahora, pues, Israel, ¿qué pide de ti Jehová, tu Dios, sino que temas a Jehová, tu Dios, que andes en todos sus caminos, que ames y sirvas a Jehová, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, que guardes los mandamientos de Jehová y sus estatutos, que yo te prescribo hoy, para que tengas prosperidad?» (Deut. 10: 12-13).
El primer acto de desobediencia humano ocurrió en el Edén cuando Adán y Eva comieron del fruto prohibido. Desde entonces, los seres humanos han llegado a creer que los mandamientos de Dios son arbitrarios. Para aquellos que creen en las sugerencias de la serpiente, los mandamientos son simplemente una lista de prohibiciones de un Dios aguafiestas, tirano y autoritario.
Es cierto que los Diez Mandamientos no son diez sugerencias. Si lo fueran, habría una opción de obedecerlos o no. Cuando Moisés subió al Sinaí, recibió dos tablas escritas por el dedo de Dios con diez mandamientos. Nunca hubo un documento más importante que este. Dios mismo inscribió en una piedra la revelación de su voluntad. ¿Puedes comprender esto? Dios no estaba sugiriendo que deberíamos obedecerlo. Él estaba dándonos una orden.
El Señor dio a su pueblo su Palabra para que conociera cuál era su voluntad y seguirla. Basta con leer el relato de cuando Moisés bajó del Sinaí con las tablas de la ley y vio la rebelión del pueblo. Furioso, lanzó las tablas al suelo, rompiéndolas, para mostrar que sin las leyes divinas, hay desequilibrio en la vida. Una vez más, Dios le ordenó a Moisés que subiera al Sinaí llevando con él dos tablas de piedra para que su ley fuera reescrita. Alguien dijo que si Moisés llevara a Dios mil tablas nuevas, todas volverían con los mismos Diez Mandamientos. El mayor peligro al que nos enfrentamos hoy en día es pensar que los mandamientos de Dios son opcionales.
El Decálogo consiste en las órdenes de Dios para organizar la vida en la tierra. Cuando obedecemos sus mandamientos, recibimos el regalo de una vida equilibrada y feliz. En la obediencia, aprendemos a relacionarnos con el Eterno y entre nosotros.
Ten en cuenta esto: en los Diez Mandamientos, Dios no está sugiriéndote que lo obedezcas. Él no se acerca a nosotros y nos dice: «¿Te gustaría hacer el favor de obedecerme?». No. Él lo ordena. Lo ordena para tu bien.