23 febrero | Jóvenes

Vigila tus ojos

«La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz» (Mat. 6: 22). 

Los estudiosos del comportamiento humano han descrito la pornografía como la adicción de las nuevas generaciones. No solo afecta a los jóvenes, sino también a adultos solteros y casados, personas mayores, adolescentes e incluso niños. Lamentablemente, la infancia ha sido acechada, en muchos casos, por el espectro de la pornografía. Esta despierta la sexualidad antes de tiempo, acelera la llegada de la pubertad y adelanta el inicio de la vida sexual.

En general, el acceso a la pornografía se realiza a través del celular, el ordenador y el televisor. Este hábito perjudicial distorsiona la relación de la persona con el sexo. La adicción convierte a las personas en objetos y separa el placer sexual de su contraparte esencial: el amor. Muchas personas, entorpecidas por esta práctica, no pueden mantener relaciones saludables y plenas. Este hábito desestabiliza a las parejas, genera conflictos, traiciones y separaciones.

La industria pornográfica mueve miles de millones de euros al año. Este mercado salvaje deshumaniza a personas de ambos lados de la pantalla. Actores y actrices son sometidos a prácticas degradantes, y el efecto de esto es la neutralización de virtudes relacionales fundamentales en la mente de quienes consumen. Estas producciones transmiten falsos estándares de belleza, sexualidad y placer.

La pornografía ha acompañado la vida de muchas personas. Causa rutinas de adicción en el cerebro y libera dopamina como recompensa del hábito, creando caminos casi automatizados hacia la dependencia. Por eso, quienes se acostumbran a consumir pornografía siempre quieren más, por más tiempo y con más intensidad. En este sentido, se asemeja bastante al efecto adictivo de las drogas.

La Palabra de Dios nos aconseja alejarnos radicalmente de lo que es abominable a los ojos de Dios. Todo mal que entra por la vista contamina la mente y destruye la vida en su conjunto. Las amenazas externas del pecado ponen en riesgo la salud física y emocional, la familia, la sobriedad y la buena relación con Dios y con las personas. No minimices el efecto de la pornografía. Puede destruirte y también puede tener un efecto terrible en la vida de quienes están bajo su influencia. Resuelve firmemente no contaminarte con ella. Decide hoy que, bajo ninguna circunstancia, pondrás «cosa mala delante de tus [...] ojos» (Sal. 101: 3).