24 febrero | Jóvenes
«No juzguéis, para que no seáis juzgados» (Mat. 7: 1).
La capacidad de juzgar con equilibrio y justicia es un don de Dios; ¡un don que no todos tienen! Juzgar es poner algo en la balanza de nuestra percepción y luego emitir un juicio de valor. Es preguntar: ¿Esto es deseable? ¿Es útil? ¿Es bueno? ¿Es adecuado? ¿Es bonito y digno de imitar? ¡Todo el mundo hace esto constantemente!
Los expertos explican que, a los tres años de edad, ya somos capaces de hacer juicios morales. ¡A veces, incluso antes! Lo que la Biblia condena, por tanto, no es la capacidad humana para juzgar, sino la tendencia de algunos de nosotros a hacerlo en sentido condenatorio, es decir, con excesiva severidad, desprecio, exclusivismo o crueldad hacia las personas juzgadas.
Esto queda claro cuando comparamos Mateo 7: 1 con Lucas 6: 37, que dice: «No juzguéis, y no seréis juzgados. No condenéis, y no seréis condenados. Perdonad, y seréis perdonados». ¿Lo has notado? El problema está en la actitud condenatoria. Jesús se opuso a la falta de empatía, compasión y perdón, no a la capacidad de evaluar lo que vemos, aplicando un criterio objetivo. El problema es lo que hacemos cuando percibimos que algo o alguien no está en la condición ideal. ¿Cómo reaccionamos? Podemos ser simpáticos o antipáticos, compasivos o agresivos, benevolentes o implacables, pacientes o no. Podemos adoptar una actitud positiva o negativa. Depende de nosotros, de lo que creemos y de quiénes somos.
También depende de lo que esperamos de las personas, como sucedió una vez un sábado por la mañana. No llegó el predicador, y los responsables del servicio de culto solo se dieron cuenta en el momento de comenzar la reunión. Era una iglesia importante, con muchas personas de clase social elevada. Entre los presentes, había un pastor visitando la iglesia ese día. Alguien tuvo la idea de invitarlo a predicar. El anciano responsable, bruscamente, dijo que no. Sin embargo, algo lo hizo cambiar de opinión pocos minutos después. Descubrió que el pastor visitante también era «doctor». Entonces, el púlpito fue ocupado por el pastor visitante. El juicio de valor se hizo y se tomó la decisión.
Hoy es el día en que debes preguntarte a ti mismo: ¿Qué criterios o preferencias han guiado mis decisiones? ¿Cuáles son las cosas que más valoro en la vida y cuáles son las que desprecio o evito? ¿Cómo suelo actuar cuando algo o alguien no está, según mi criterio, a la altura? Sé sincero contigo mismo y deja que Dios hable a tu corazón. Él te enseñará con sabiduría y amor. Verás que valdrá la pena.