3 marzo | Jóvenes
«Entonces se le acercó Pedro y le dijo: “Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?”. Jesús le dijo: “No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete”» (Mat. 18: 21-22).
Perdonar no es opcional. Dado que no hay pecado demasiado grande para la gracia de Dios, el perdón es una exigencia moral para aquellos que han sido perdonados.
En cierta ocasión, Pedro preguntó a Jesús cuántas veces debería perdonar. ¿Hasta siete veces? Los rabinos enseñaban que el límite era tres veces. Pedro esperaba recibir una palmada en la espalda por ser más indulgente que la justicia rabínica. Sin embargo, el Maestro dijo que la medida de un corazón perdonador va mucho más allá. Debemos perdonar siempre y no podemos limitar el número de veces que estamos dispuestos a hacerlo.
En otra ocasión, Jesús dijo lo siguiente: «Si [tu hermano] peca contra ti siete veces al día, y siete veces vuelve a ti diciendo: “Me arrepiento”, perdónalo» (Luc. 17: 4).
Jesús le dijo a Pedro que debemos perdonar setenta veces siete. Para aclarar lo que estaba diciendo, contó una parábola sobre un siervo que debía una gran cantidad de dinero a su señor. La deuda era imposible de pagar, pero el siervo suplicó, y el señor perdonó la deuda. Esta historia se contó para dejar claro que no hay límites para el perdón de Dios.
Jesús continuó diciendo que, poco después, ese siervo encontró a otro que le debía una suma menor, pero, en vez de perdonarlo, le exigió el pago. Era, comparada con la otra, una cantidad insignificante. El otro siervo rogó por un poco más de tiempo, pero el primero no lo perdonó. Cuando el señor se enteró de esto, se indignó mucho porque el siervo había recibido perdón pero no quiso compartirlo.
Jesús contaba la parábola para responder a la pregunta de Pedro. A su preocupación sobre la cantidad de veces que debería perdonar, Jesús simplemente le dijo: setenta veces siete. Haz las cuentas. ¿Sabes cuánto es setenta veces siete? Siete es el número de la perfección y cuatrocientas noventa es un resultado que da idea de infinitud en la mentalidad judía. Representa gracia ilimitada. Eso es lo que Dios nos ha ofrecido en Cristo. Eso es lo que espera que hagamos con nuestro prójimo. Así pues, nuestra necesidad hoy es tener un corazón perdonador como el del Padre.