6 marzo | Jóvenes

Rivalidad feroz

«Vino su enemigo y sembró cizaña entre el trigo, y se fue» (Mat. 13: 25). 

Dicen que el valor de un ser humano se mide por la cantidad de sus enemigos. Esta idea es como una espada de doble filo. Es cierto que mantener una postura firme en defensa de lo que es correcto suele molestar a algunos. A la vez, no parece una actitud cristiana enfrentarse gratuitamente a aquellos que se oponen a lo que hacemos, creemos, somos o representamos. Jesús tuvo muchos enemigos, pero no se registra que los incitara para provocar oposición. En Jesús, Dios mostró que es posible amar a los enemigos, aunque apreciarlos y convivir con ellos no siempre sea una opción viable.

Un ejemplo de hasta dónde puede llegar la enemistad se produjo en el año 2010 en el sur de Estados Unidos, en la ciudad de Auburn. En este lugar, es tradición que cuando el equipo local gana un campeonato de fútbol americano los árboles del centro sean decorados con largas tiras de papel blanco. Es un espectáculo hermoso de presenciar. De ambos lados, la avenida principal queda completamente blanca de un extremo al otro, formando un largo y hermoso pasillo. Sin embargo, la inminencia de esta celebración molestó a los feroces aficionados del equipo rival. Antes de que terminara el torneo, algunos de ellos inyectaron sigilosamente un veneno potente en los árboles del centro de la ciudad, matando a casi todos. Ese año no habría fiesta con árboles decorados. El alegre escenario de celebración del equipo ganador fue saboteado por aquellos que, por envidia y venganza, no supieron aceptar la derrota.

Dios también tiene un enemigo que nunca ha aceptado la derrota. Este usurpador fue vencido en la cruz. Aun así, está dispuesto a arruinar la fiesta que Dios ha preparado para sus hijos, sembrando cizaña entre el trigo y envenenando nuestras mentes con malos pensamientos, desconfianza, sospecha, envidia y odio. No le gusta la pureza del carácter de Dios ni la atmósfera de alegría y paz con la que el Señor quiere envolver a sus seguidores. En este conflicto, solo hay una forma de estar del lado equivocado: dejar de ganar la batalla diaria contra nosotros mismos y contra nuestra naturaleza no santificada. ¿Te gustaría obtener la victoria y ser recompensado por el Cielo? ¡Pide a Dios que te dé hoy las bendiciones que Jesús ya ha conquistado para ti!