16 marzo | Jóvenes

«Deja de orar, mamá»

«Por este niño oraba, y Jehová me dio lo que le pedí» (1 Sam. 1: 27). 

Nunca dudes del poder de la oración en la vida de aquellos por los que intercedemos con fervor. Dios actúa en todos, pero esta acción es más eficaz cuando clamamos por nuestros seres queridos. Dios no hace acepción de personas; sin embargo, tiene bendiciones especiales para aquellos que son mencionados en nuestras plegarias.

Edvaldo era el hijo menor de doña Zete. El padre ya no estaba. Quedaban el chico, la madre y las dos hermanas mayores. Con tristeza, la madre vio a sus hijos, en la adolescencia, uno a uno, abandonar la fe y la iglesia. Solo ella perseveraba, a pesar de las luchas. Cuando el joven alcanzó la mayoría de edad, se fue a estudiar a otro país. Obviamente, ella se sintió muy sola. Con la soledad vino también la terrible sensación de que su hijo, lejos de casa, estaba en peligro, rodeado de influencias negativas.

La situación empeoró cuando vio en Internet fotos de su hijo participando en fiestas, bebiendo, fumando, viviendo una vida que ella no aprobaba. Un día, por teléfono, él le dijo:

—Madre, por favor, deja de orar por mí.

Solía orar por él, sin importar la hora, incluso en medio de la noche cuando perdía el sueño preocupada. Ante esto, ella preguntó:

—Pero, hijo mío, ¿por qué?

Él respondió:

—Oras por mí y me envías mensajes diciendo que estás rogando a Dios por mí. Cuando estoy de fiesta y recibo esos mensajes, todo pierde su gracia. Así que, mamá, ¿puedes dejar de orar por mí?

Puedes usar tu libre albedrío para hacer lo que quieras, incluso para intentar alejarte de Dios. Sin embargo, no deberías esperar que los demás te apoyen en todo. Tampoco deberías suponer que Dios cambiará su opinión por la tuya o te apoyará al cien por cien en lo que no te hará bien. Dios no actúa de esa manera. Cuando él responde a la oración de alguien que te ama, no te está obligando a hacer lo que no quieres; solo está dejando claro cómo es la batalla espiritual en la que te encuentras, para que no haya dudas sobre cuál es la mejor decisión que tomar.

Tanto la madre de Edvaldo como la del profeta Samuel conocieron el dolor de la separación; ambas estaban convencidas de que los caminos del Señor son los mejores. Puedes discrepar de ellas, si así lo deseas. Pero de algo no hay duda: Dios a menudo utiliza a las madres para acercar a los hijos al Padre celestial. ¡Piensa en ello!