19 marzo | Jóvenes

Un carácter auténtico

«Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad» (Mat. 23: 28). 

Necesitamos tener intimidad con Jesús para que su carácter se reproduzca en nuestra vida. El cristianismo genuino no es hipócrita; es más, una de sus características distintivas es la autenticidad.

Es común encontrar imitaciones en el mercado. Son más económicas y, por lo tanto, atraen a algunas personas. No siempre es fácil identificar si un producto es genuino o no. Sin embargo, todos conocen el valor de algo auténtico. En comparación con una falsificación, su calidad es muy superior.

En el Sermón del Monte, entre otras cosas, Jesús enseñó que debemos ser auténticos. Fingir ser algo que no somos se llama hipocresía. La hipocresía es una especie de enfermedad espiritual universal. Jesús introdujo este término en el vocabulario moral de la iglesia, y esta palabra comenzó a ser utilizada para identificar a la persona que finge ser lo que no es o que interpreta un papel.

En Mateo 23: 13-36, al hablar sobre la hipocresía, Jesús deja claro que Dios conoce nuestro interior, escudriña nuestro corazón, sabe de nuestras intenciones y examina nuestros pensamientos. Podemos engañar a las personas, pero no a Dios. Además, fingir ser alguien que no somos da mucho trabajo.

Existe un yo público que todos conocen. Pasamos mucho tiempo cuidando de esta imagen, siempre tratando de que parezca mucho mejor de lo que realmente somos. Sin embargo, también hay un yo privado, íntimo, que casi nadie conoce. A menudo, cuando las luces se apagan, cada uno de nosotros tiene que lidiar en solitario con este yo privado. Y esto duele.

Es aquí donde Dios interviene. Él nos conoce por completo, pero aun así nos acepta, nos ama y nos usa para su gloria. Dios está más interesado en trabajar en nosotros que a través de nosotros. A veces, Dios no puede trabajar a través de nosotros simplemente porque no le permitimos realizar su obra en nuestra vida.

No seas una falsificación. Permite que Dios trabaje en ti, construyendo un carácter auténtico y semejante al suyo. Si lo haces, el mundo conocerá quién es Dios a través de tu vida transformada.