20 marzo | Jóvenes
«Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad» (Mat. 23: 28).
Vivir de las apariencias es una opción peligrosa. Errar públicamente y ser expuesto a la vergüenza y al bochorno no es bueno, pero aún peor es errar en secreto y convencerse de que todo va bien simplemente porque nadie lo sabe. Cuando las personas se acostumbran a llevar una doble vida, sin luchar contra los pecados acariciados, el peligro es mucho mayor.
Viviendo de esta manera, heridas internas e imperceptibles comienzan a desarrollarse, consumiendo gradualmente a la persona por completo. Es así como el pecado oculto finalmente define el destino eterno de una persona. Va carcomiendo desde dentro y matando espiritualmente poco a poco.
Este era el problema de algunos escribas y fariseos. Eran personas religiosas, pero no tenían a Dios en el corazón. Mantenían rutinas de religiosidad, pero ocultaban un corazón corrupto. En cierta manera, se especializaban en fingir ser lo que, de hecho, no eran.
Situaciones como estas reflejan un estado de muerte espiritual, a pesar de la apariencia de santidad. El pecador prefiere conformarse con su maquillaje espiritual en lugar de enfrentar el arrepentimiento y la transformación necesarios.
Jesús condenó esta característica en los escribas y fariseos. De la misma manera, nos advierte hoy frente a esta terrible farsa. Aparentar no significa ser. Necesitamos ser verdaderos cristianos y tener una vida con Cristo en esencia, no solo en apariencia. Es necesario vivir un cristianismo real y verdadero, no un formalismo religioso vacío.
¿Alguna vez te has sentido tentado a aparentar lo que no eres? ¿Te has hecho el fuerte cuando te sentías débil? Esto es peligroso. No permitas que esta realidad se arraigue en tu vida. Reconoce tu condición y preséntala ante Dios. ¡No aceptes vivir de apariencias! Sé auténtico. Dios te ama y desea transformarte en una nueva persona.