31 marzo | Jóvenes
«Cuando el rey David era viejo y avanzado en días, lo cubrían de ropas, pero no se calentaba» (1 Rey. 1: 1).
David fue un hombre extraordinario. Elegido por Dios para ser rey de Israel, quizás haya sido el más grande de todos. En su currículum, se acumulan hechos admirables: mató leones, osos y un gigante en su juventud; conquistó reinos; compuso poemas conocidos en todo el mundo; fue militar y estratega de guerra; y construyó una fortaleza para su pueblo.
Aunque cometió muchos errores, la Biblia lo describe como un hombre conforme al corazón de Dios (Hech. 13: 22). Después de cometer adulterio con Betsabé y provocar la muerte de su esposo, David se arrepintió y dijo: «¡He pecado contra el Señor!» (2 Sam. 12: 13). El Salmo 51 fue compuesto por David después de ser reprendido por el profeta Natán y se considera una de las poesías más hermosas y profundas de la Biblia.
Después de pasar por tantas aventuras y desventuras, ahora vemos al gran rey de Israel en los últimos días de su existencia. El texto de hoy muestra a David anciano, confinado a una cama, sin que nada pudiera darle calor suficiente. ¡Qué triste condición para un exterminador de leones y gigantes! Entonces, los siervos de David realizaron un «concurso» de Miss Israel para encontrar a una joven que pudiera calentar al anciano monarca. La elegida se llamaba Abisag, la hermosa sunamita. David «no tuvo relaciones con ella» (1 Rey. 1: 4), indicando que el rey había ya perdido su virilidad en ese momento.
Mientras Abisag intentaba calentar el cuerpo tembloroso de David, la corte se agitaba con la pregunta: «¿Quién será el próximo rey?». Además del vigor físico y la temperatura corporal, otra cosa escapó del alcance del rey: el poder. Incluso su propia familia parecía pasar por alto su momento de fragilidad y se ocupaba de especulaciones sobre la sucesión.
Todo en esta vida pasa. La fama, la riqueza, la fuerza y el poder tienden a desaparecer sin despedirse. Por eso necesitas recordar a Dios hoy, mientras hay tiempo y oportunidad. Salomón, el hijo de David, es quien nos enseña esta poderosa lección: «Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes de que vengan los días malos y se acerquen los años en los que dirás: “No tengo en ellos placer”» (Ecle. 12: 1).