5 abril | Jóvenes
«Allí se metió en una cueva, donde pasó la noche. Llegó a él palabra de Jehová, el cual le dijo: “¿Qué haces aquí, Elías?”» (1 Rey. 19: 9).
Nadie vive en soledad sin «empeñarse» en alcanzar esa meta. La soledad no es algo que simplemente sucede, sino una circunstancia que construimos activamente con nuestras actitudes y decisiones diarias. Aunque no somos responsables de ciertas experiencias dolorosas que enfrentamos, no podemos pretender salir de este pozo oscuro sin hacer algo al respecto, ¿verdad? El primer paso para el cambio es reconocer nuestra propia situación y el poder que tenemos en nuestras manos, aunque sea limitado, para reaccionar ante lo que nos está ocurriendo.
Elías estuvo solo en una cueva durante varios días, pensando que toda la nación había abandonado la fe. Daniel y sus amigos estaban entre los pocos jóvenes hebreos que no cedieron a la fuerte presión para abrazar la fe y las costumbres babilónicas. Jesús vio a sus amigos más cercanos dormir, huir y mentir cuando más necesitaba apoyo y aliento.
La soledad es parte de la vida, sí, pero la vida no se limita a esto. Muchas rodillas no se doblaron ante Baal. Hubo conversos en Babilonia y miles pudieron oír acerca del Dios verdadero y soberano. Jesús no estaba solo en la cruz cuando preguntó en voz alta por qué Dios lo había abandonado. La soledad dura un tiempo, pero pronto termina, a menos que, con nuestras actitudes, rechacemos a las personas y situaciones que Dios usa para alcanzarnos, completarnos y hacernos crecer.
No es cierto que estemos solos en este mundo o que moriremos solos. El discípulo amado se encontraba al pie de la cruz junto a María y otras mujeres, ¿verdad? Cristo no estaba abandonado y solo. Daniel tenía tres amigos leales. Elías encontró a Eliseo y lo convirtió en su aprendiz. Todo esto sucedió cuando no se podían hacer llamadas telefónicas, viajar era muy difícil y no existían las redes sociales. En el fondo, la soledad es una elección. A veces, te elige, es cierto, pero no dura mucho. El problema es cuando la eliges tú.
Aprende de Elías, Daniel y Jesús. Confía y actúa. Sigue adelante. Mantén los ojos bien abiertos y observa; verás que después de las decepciones vendrán las liberaciones y los milagros que Dios hará por ti. ¿Aceptas este desafío? Piénsalo bien. Quizás no tengas nada que perder...