8 abril | Jóvenes
«Luego que el rey de Israel leyó la carta, rasgó sus vestidos y dijo: “¿Acaso soy yo Dios, que da vida y la quita, para que este me envíe a un hombre a que lo sane de su lepra? Considerad ahora y ved cómo busca ocasión contra mí”» (2 Rey. 5: 7).
Dicen que un texto fuera de contexto se convierte en un pretexto. Tiene sentido. Sin embargo, más preocupante que la lectura descontextualizada es la lectura malintencionada. Me voy a explicar. Para comprender una declaración, es necesario, por ejemplo, que el código o idioma sea conocido, que no haya ruidos en la comunicación, etcétera. Lo principal, sin embargo, es la predisposición para entender al otro. Imagina que te encuentre en el pasillo y te pregunte: «¿La sala de Fulano está aquí?». Puedes decir «no», «sí» o «no sé» y darme la espalda para irte. Sin embargo, esa actitud no es la de alguien que quiere comunicarse, ya que le falta lo esencial: interés, predisposición, solidaridad, empatía y confianza. ¿Entiendes?
Analiza el «diálogo de sordos» entre los reyes de Israel y Siria en el incidente que involucra a Naamán. La historia está llena de malentendidos. En primer lugar, el rey de Siria quería «negociar» una cura milagrosa como si fuera un simple intercambio de favores. Malinterpretó. En segundo lugar, el rey de Israel, Joram, más o menos «olvidó» el tema central de la carta e intentó «leer entre líneas» el «verdadero motivo detrás» de lo que estaba escrito. Esto es lo que yo llamo «lectura malintencionada»: ignoras lo que está escrito y te concentras en las preocupaciones y suposiciones que ocupan tu mente desconfiada e inquieta. El tercer y último malentendido proviene de las expectativas poco realistas de Naamán sobre cómo debería actuar el profeta (ver 2 Rey. 5: 12). Naamán esperaba un tipo específico de «fórmula mágica» para su sanación. Cuando vio que el remedio sugerido era de otro tipo, se frustró, se enojó y quiso irse antes de recibir la bendición.
La bendición de leer un buen texto solo viene cuando sintonizas finamente con el autor. Para ello se necesita deseo, humildad, valentía y una predisposición positiva: escuchar más y hablar menos; ponerse en el lugar del otro y renunciar a forzarle a asumir nuestra perspectiva, usar nuestras lentes, o calzar nuestros zapatos. El contexto es importante, pero no lo es todo. Es la actitud del lector la que marca la diferencia: la de la mente, por un lado, y la de la emoción, por el otro. Corazones cerrados no combinan con «mentes abiertas». Sería un contrasentido. Recuérdalo la próxima vez que recibas un mensaje, escuches una queja, leas un texto o escuches un sermón. ¿De acuerdo?