9 abril | Jóvenes
«Gozaos conmigo, porque he encontrado la dracma que había perdido» (Luc. 15: 9).
La sensación de estar perdido es una de las peores sensaciones que existen. Aún más dramático es cuando la persona no reconoce tal condición. Esto le sucedió al concejal Otávio Rocha, quien estuvo perdido cerca de un mes en la ciudad de Bauru (Brasil), durmiendo bajo el techo de una antigua estación de tren. Durante ese período, Otávio sobrevivió gracias a las donaciones hechas por los habitantes de la región.
El rescate ocurrió cuando el dueño de un bar tomó el teléfono móvil de Otávio y lo puso a cargar. Cuando el dispositivo volvió a funcionar, comenzó a sonar sin parar. Intrigado, el dueño del bar devolvió una de las llamadas e informó que Otávio estaba bien. Rápidamente, algunos familiares se enteraron de la noticia y fueron a buscarlo.
Recuperado del trauma, Otávio recordó que había salido de casa y que, allí mismo, en Bauru, lo asaltaron al salir de un bingo, después de haber ganado cierta cantidad de dinero. Los criminales le golpearon en la cabeza, dejándolo inconsciente. Gracias a la ayuda de los empleados de ese bar, Otávio logró regresar a casa.
La parábola de la moneda perdida ilustra la condición del pecador que está perdido pero desconoce esta realidad (ver Luc. 15: 8-10). A diferencia de la oveja perdida y del hijo pródigo, que sabían que estaban perdidos, la moneda no reconoce su situación. Necesita desesperadamente una voluntad externa, de alguien que inicie un proceso de rescate.
Además, la parábola dice que la moneda estaba perdida dentro de la casa. Este detalle indica que hay personas perdidas aun en el interior mismo de «la casa del Padre». En algún momento, estuvieron dentro del «monedero» del Señor, pero, por alguna razón, rodaron a algún rincón de la casa. En cierto sentido, son personas que aún están cerca, a pocos pasos, pero lamentablemente están frías, «empolvadas» e inertes.
La parte más hermosa de la historia es que el propio Señor, representado en la parábola por una mujer diligente, es quien enciende una lámpara, barre la casa y no descansa hasta que encuentra a la moneda perdida. Esta pequeña moneda es tan valiosa para Dios que él está dispuesto a emplear todo su tiempo y esfuerzo para encontrarla.
¿Crees que eres esa moneda perdida? Ten presente que Jesús te está buscando con afán. Quiere encontrarte ahora mismo. Y cuando esto suceda, habrá una gran fiesta en el cielo.