¿Por qué hay tanto sufrimiento?
El alba parece melancólica en Madrid. Pero no es extraño. En realidad, las auroras exhiben un rostro desconsolado en cualquier parte del mundo. Tal vez porque la noche agoniza desesperada en las manos del nuevo día; quizás porque el sol, como un niño timorato, demora caprichoso su salida; o quién sabe por qué la tristeza deforma las cosas buenas de esta vida. No lo sé. Pero esta madrugada la capital española se ve más triste que nunca. Huele a sangre y muerte sin motivo aparente.
En una casa de paredes azuladas y balcones de hierro, en el pueblo de Alcorcón, tres hombres repiten frases aisladas. Son lamentos desgarradores que les brotan de lo profundo del corazón y se asemejan a endechas de muerte. Una vieja lamparita ilumina con su luz anémica el diminuto cuarto donde conversan. Parecen figuras malévolas, bañadas de odio y de rencor. Sus ojos carecen de vida y sus cuerpos arrastran el peso de la muerte; sin embargo, se muestran extrañamente satisfechos. Las cosas salen como las han planeado.
A la cinco de la mañana, los madrileños despiertan como todos los días para hacer frente a las tareas cotidianas. Parten rumbo a sus deberes como aves migratorias, buscando su destino. Cada uno arrastra su propia tristeza, vive su drama, llora su dolor y disfruta su alegría. Es una mañana fría, típica de marzo. Los personajes misteriosos también abandonan sigilosamente la casa en una furgoneta blanca. Rostros serios, cargados de culpa, marcados por hondas líneas de preocupación, pero decididos a cumplir su compromiso.
A esa hora de la mañana, el sonido de los trenes interrumpe el silencio del alba. Las multitudes abarrotan los vagones. La gente entra en su nueva rutina con la mirada perdida, esclava de las prisas e inmersa en un vaivén que a veces resulta inexplicable, simplemente dejándose llevar por la corriente de la vida.
Al aproximarse a la estación de Alcalá de Henares, los hombres abandonan la furgoneta y se mezclan con los usuarios del tren. Avanzan como fieras hambrientas; transportan en sus hombros mochilas pesadas pero avanzan vertiginosamente. Entonces, se distribuyen estratégicamente por los trenes y vagones. Las mochilas contienen un explosivo denominado Goma-2 ECO.
Son las 7:36 de la mañana. Los embajadores de la muerte abandonan sigilosamente las mochilas en los trenes para luego situarse en diferentes puntos. Se inicia entonces la cuenta atrás. Dos minutos después, desde fuera de la estación, uno de ellos realiza una llamada telefónica y activa el temporizador de los explosivos.
ELEMENTOS QUE FAVORECEN EL DESARROLLO DEL TERRORISMO
La tragedia cruza los límites de un macabro plan para cristalizarse en una sanguinaria realidad. Explosionan tres bombas en la estación de Atocha, una de las más grandes de Madrid. La explosión siega la vida de varios pasajeros que ni siquiera tienen tiempo de advertir la situación. La oscuridad se apodera de su mente. Para ellos todo ha terminado ya. Pero hay quien vive para contarlo. Todo es confusión, gritos, destellos de luces. Despavoridos, tratan de correr sin entender lo que sucede; cada uno busca la salida, se atropellan entre sí y el pánico inunda la estación. Hay heridos por todas partes. Dos minutos después, en la estación El Pozo, explosionan otras dos bombas; en la de Santa Eugenia una más, y en un cuarto tren, junto a la calle Téllez, otras cuatro.1
El pueblo español siente el golpe seco. Un puñal ha sido cruelmente ensartado en su corazón. Sangre por todos lados; más que sangre, desesperación, sufrimiento y gritos de impotencia. La policía no para de llamar y dar órdenes a sus cuerpos de seguridad. Los hospitales trabajan por encima de su capacidad. Las llamadas telefónicas saturan las líneas de todo el país. En poco tiempo, se conocerá el saldo de la tragedia: 191 muertos y más de 1.500 heridos.2 España llora a sus muertos. Varios padres sostienen en sus manos los cuerpos inertes y ensangrentados de sus hijos; muchas mujeres lloran la partida prematura de sus esposos, un buen número de niños pierde a sus progenitores.
Nadie entiende lo que ocurre. Simplemente sufren. El dolor sonríe siniestro, descarado e insensible; mientras, una señora de unos 60 años que trabaja limpiando casas, al ver su pierna destrozada, levanta los ojos al cielo y grita con desesperación: “¡Qué mal hice para merecer esto!”.
Cinco años después, el lunes 5 de enero de 2009, en la localidad de Blauberen (Alemania), el magnate Adolf Merckle, de 74 años, se despierta a las 7:00 h, según su costumbre. Solo que esta vez, lo domina una idea siniestra. Su situación financiera no es tan buena como la noche anterior, pero todavía es dueño de una considerable fortuna. A las 8:00 h, toma el desayuno y le da una ojeada a los periódicos del día. A pesar de la pérdida de algunas de sus empresas, valoradas en mil quinientos millones de dólares, todavía tiene en sus manos un imperio económico de más de nueve mil doscientos millones de dólares, por lo que se encuentra entre los cien hombres más ricos del planeta, según la revista Forbes.
Si aquel día este opulento caballero hubiera continuado con su rutina diaria, habría salido de su casa rumbo a su imponente oficina, en el centro de la ciudad, para hacerse cargo de sus negocios. Pero este no es un día normal. Horas después, Merckle escribe una carta de despedida a su familia, camina trescientos metros, se tumba sobre la vía del ferrocarril y espera a que el tren pase. Para él es el fin de los problemas. Su cadáver es localizado esa misma noche.3
Un año antes, Merckle había perdido mil millones de euros por unas inversiones en acciones de la empresa Volkswagen.4 El ilustre empresario, que se había mostrado como un guerrero incansable a lo largo de su vida, no pudo resistir el sufrimiento causado por la crisis financiera, la incertidumbre del futuro y la impotencia ante la situación caótica de sus empresas, y decidió poner punto final a su existencia, no sin antes decirle a un amigo: «El mundo no saldrá de esta crisis y todos pagaremos porque todos somos culpables».
La Biblia y el terrorismo
En las páginas de las Escrituras podemos encontrar orientaciones que, colocadas en su debido contexto, contribuyen a la construcción de una sociedad más justa.
✔ «No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios, porque escrito está: “Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor”. Así que, si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber, pues haciendo esto, harás que le arda la cara de vergüenza. No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal» (Romanos 12: 19-21, RVR1995).
✔ «Seis cosas aborrece Jehová, y aun siete le son abominables: los ojos altivos, la lengua mentirosa, las manos que derraman sangre inocente, el corazón que maquina pensamientos inicuos, los pies que corren presurosos al mal, el testigo falso, que dice mentiras, y el que siembra discordia entre hermanos» (Proverbios 6: 16-19, RVR1995).
✔ «Apártate del mal y haz el bien; busca la paz y síguela» (Salmo 34: 14, RVR1995).
✔ «Oísteis que fue dicho: “Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra» (Mateo 5: 38-39, RVR1995).
✔ «El deseo de los humildes oíste, Jehová; tú los animas y les prestas atención. Tú haces justicia al huérfano y al oprimido, a fin de que no vuelva más a hacer violencia el hombre de la tierra» (Salmo 10: 17-18, RVR1995).
✔ «Sométase toda persona a las autoridades superiores, porque no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos. Los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno y serás alabado por ella, porque está al servicio de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme, porque no en vano lleva la espada, pues está al servicio de Dios para hacer justicia y para castigar al que hace lo malo. Por lo cual es necesario estarle sujetos, no solamente por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia, pues por esto pagáis también los tributos, porque las autoridades están al servicio de Dios, dedicadas continuamente a este oficio. Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra» (Romanos 13: 1-7, RVR1995).
✔ «No matarás» (Éxodo 20: 13, RVR1995).
✔ «Él juzgará entre las naciones y reprenderá a muchos pueblos. Convertirán sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación ni se adiestrarán más para la guerra» (Isaías 2: 4, RVR1995).
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Respuestas oportunas para no dejarte llevar por los sentimientos
¿Por qué la señora herida en la estación de Atocha y el millonario alemán vincularon el sufrimiento con el mal? ¿Te has preguntado alguna vez por qué sufrimos? Sin hacer un análisis profundo, diríamos instintivamente que sufrimos porque algo está mal. Y tal vez lo esté. ¿Cómo puede ser bueno lo que nos hace sufrir? De hecho, sufrir no es otra cosa que saborear la hiel amarga del mal. El dolor ni siquiera existiría si no estuviese en el paladar de tu alma. Pero está. Es real. Llega a tu vida contra tu voluntad. Muchas veces, es ajeno a tus decisiones. Nadie lo anhela, por lo menos en el uso cabal de sus facultades mentales. Sin embargo, por alguna razón que no entiendes, derriba la puerta de tu corazón, se presenta sin tu permiso y se apodera de tus noches y tus días, provocándote angustia y conduciéndote al desequilibrio emocional.
Para colmo de males, el sufrimiento humano es diferente del dolor de los seres irracionales, porque pareciera que el animal, incapaz de filosofar sobre el sentido de su sufrimiento, simplemente padece un dolor físico. Pero en tu caso es diferente. El sufrimiento aparece en tu vida vestido de tristeza, de congoja, de ansiedad, de angustia, de temor, de desesperación, y te asfixia, te enerva e instintivamente crees que la única salida es huir, escapar o desaparecer a algún lugar del mundo donde no te encuentre; esconderte en los confines más ocultos de la tierra; pero al hacerlo, descubres que es imposible, porque está en tu piel, en tus huesos y en la naturaleza de tu propio ser.
Existen algunas sugerencias que se fundamentan siempre en conocimientos biológicos.
Es en estas circunstancias cuando mucha gente ve la muerte como única salida. Si no fuese así, ¿por qué un ser humano, como Adolf Merckle, acabaría con su vida? Llegar al suicidio es una medida radical. No ves más luz en el fondo del túnel. Los especialistas explican que, generalmente, una persona no decide acabar con su vida de un día para otro. Algunos psicólogos afirman que entre el deseo de morir y el acto suicida hay un largo y doloroso camino.5 Es terrible imaginar a una persona planeando su propia muerte, pensando en los detalles de sus últimos momentos, escribiendo mensajes para explicar su decisión a familiares y amigos, aunque lo cierto es que no existe mensaje capaz de explicar a los familiares el suicidio de una persona amada.
Vincent Van Gogh escribió en un momento depresivo que «el suicidio hace que los familiares y amigos se sientan asesinos». La frase puede parecer dura pero es real. He visto el dolor en el rostro de personas que perdieron a un ser querido en las garras del suicidio. No es simplemente el dolor de la muerte, es un dolor más profundo, mezclado con culpa. Como si las personas se preguntasen: “¿Qué pude haber hecho para evitar esta tragedia?” La respuesta es muy simple: nada. Apenas logramos sobrevivir en un mundo de dolor y desconsuelo.
¿Pero por qué hay sufrimiento? ¿Acaso es posible vivir una vida ausente de dolor, enfermedad, violencia y lágrimas? Cada vez que el sufrimiento toca la puerta de su corazón, el ser humano se pregunta: «¿Por qué todo esto? ¿Por qué a mí?» Entonces busca respuestas por todos lados. Es natural querer saber la causa del dolor. Es lógico intentar adentrarse en los misterios de lo incomprensible. La propia razón nos obliga a no permanecer de brazos cruzados.
Claro, que también existen los indiferentes o, al menos, los que prefieren no pensar, los que permanecen en la duda y no se cuestionan. Desgraciadamente, estas personas son arrastradas por las aguas turbulentas de la ausencia de sentido en su existencia; se sumergen en la inmediatez de los sentidos, se olvidan de los valores del espíritu, se dejan llevar por la inercia de las tendencias contemporáneas y permanecen atados a las cadenas de la mediocridad. Irónicamente, esa actitud de aparente comodidad también les produce descontento y hastío, porque el ser humano no es simple materia. Entonces, la persona acaba recurriendo a las pasiones y los placeres pasajeros como ancla salvadora. Fabrica para sí ídolos como el dinero, la ostentación, la suntuosidad y la apariencia, ignorando su propia consciencia y sepultándose en la fugacidad del consumismo, entrando así en una espiral interminable.
¿De qué se trata todo esto? Es lo que se conoce como vacío interior. Miras al fondo de tu propio ser en busca de respuestas y, por más que las buscas, no las encuentras. Pero si te olvidaras por un instante de ti mismo y levantaras los ojos buscando ayuda, tendrías la oportunidad de escribir un nuevo capítulo de tu vida. Desafortunadamente, el hombre y la mujer de nuestros días han aprendido a confiar demasiado en sí mismos para obtener respuestas y, como no las encuentran, optan por esconderse tras la apariencia y construir una imagen que disfrace su dolor, aunque el precio de mantener la máscara sea la propia vida.
Cinco meses después del suicidio del multimillonario alemán en Blauberen, la ciudad de París se despertó con una trágica noticia: «El miércoles 20 de mayo, la actriz Lucy Gordon puso fin a sus días»,6 anunció su representante sin dar más detalles. El cuerpo de la famosa actriz y modelo había sido hallado en su apartamento, ubicado en el décimo distrito de la capital parisina, dos días antes de cumplir 29 años. La bella joven, en plena ascensión de su carrera llena de aplausos y seguidores, antes de acabar con su vida, confesó a una amiga: «No vale la pena seguir viviendo».
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Orientación sabia para encontrar fortaleza en momentos difíciles
¿Por qué no valdría la pena seguir viviendo? Nuestro mundo es incoherente, la vida moderna parece haber perdido el sentido de las cosas y de los valores. El corazón humano es excéntrico y fatuo. La fuerza de la cultura te enseña que la vida gira en función de la imagen que construyes y que sin ella no vales nada y, entonces, sin percibirlo, empiezas a adorar tu propia imagen, a venerarla, sin importarte los valores del alma. Tu mente se concentra en los caprichos de la apariencia y feliz, o infelizmente para algunos, la mente es un instrumento poderoso con el que puedes alcanzar tanto el cautiverio como la liberación. Dependiendo de a quién le concedas el control de tu mente y de cómo la utilices, puedes llegar a un callejón sin salida o a los campos abiertos de la realización personal.
En esta vida, nadie está libre del sufrimiento. Todos podemos sentir un día que la tierra tiembla bajo nuestros pies. Una enfermedad, una muerte repentina, un accidente, una desilusión amorosa, una pérdida económica pueden amenazar seriamente tu vida, deprimirte, quitarte las ganas de vivir y las fuerzas para seguir adelante. Con frecuencia, puedes llegar a un punto en que sientes que todo lo que has construido en la vida se derrumba como un castillo de arena. Pero, ¿significa eso que la vida se ha terminado? ¿Quién tiene la respuesta? ¿La ciencia, la filosofía, la religión? La ciencia no puede probar el origen del dolor ni descubrir el remedio. La filosofía se pierde en un entramado de palabras y conceptos que te marean pero que no disminuyen tu dolor. ¿Y la religión? Si hay Dios, ¿por qué existe el mal y el sufrimiento? La historia de la humanidad es una permanente sucesión de tragedias bañadas de sangre, lágrimas, dolor, tristeza, miedo, abandono, desesperación y muerte. Y la pregunta existencial de la humanidad ante semejante cuadro ha sido siempre: ¿Por qué? La respuesta escéptica de Epicuro es, o Dios quiere eliminar el mal, pero no puede, y entonces es incapaz y no es Dios; o puede hacerlo pero no quiere, en cuyo caso es malo.7
¿Hasta qué punto la respuesta de Epicuro puede ser verdad? ¿Debe la persona religiosa plantearse esta pregunta? El catecismo de la Iglesia Católica, en su epígrafe 272, afirma: «La fe en Dios Padre Todopoderoso puede ser puesta a prueba por la experiencia del mal y del sufrimiento», y después añade: «A veces Dios puede parecer ausente e incapaz de impedir el mal».8
¿Qué explicación podríamos darle a esta declaración? ¿Dónde está Dios cuando las personas sufren? Existe una antigua declaración que se transmite de generación en generación: «El hombre nace, sufre y muere». Hay quien piensa que esta frase expresa con elocuencia la realidad humana, porque resalta las dos certezas más absolutas del hombre: el sufrimiento y la muerte.
¿Es verdadera esta declaración? ¿Es el dolor parte del destino humano? Si es así, ¿por qué el hombre huye del sufrimiento? No huye del hambre, ni de la sed, ni del sueño. Simplemente, los acepta porque son parte de su naturaleza; pero, ¿por qué, entonces, no acepta también el dolor? Esta aparente incoherencia es lo primero que necesitamos entender.
Mientras seamos seres imperfectos y vivamos en este mundo sometido a la brevedad y la muerte, el sufrimiento será inevitable, y no hay receta mágica que nos permita escapar de él. Solo nos resta entender. Y ese entendimiento nos permitirá aceptar el sufrimiento, no como una maldición o condenación, sino como un proceso de crecimiento. Eso significaría aprender a sufrir sin que el sufrimiento nos destruya.
Tarde o temprano, el dolor puede tocarnos a todos. Administrar el sufrimiento no consiste solamente en resistir el dolor aceptándolo como algo inevitable, más bien, es necesario conocer la razón de su existencia. Lo peor del sufrimiento no es el dolor en sí, sino sufrir sin saber por qué ni para qué. El sufrimiento es portador de un mensaje que hay que saber entender y solo en la comprensión de ese mensaje está la puerta de salida.
¿Por qué crees que el ser humano busca la felicidad? ¿Por qué siente fascinación por el bienestar y rechaza el sufrimiento? La necesidad de ser feliz es algo natural, está en el fondo de su ser, en las raíces de su estructura mental. Evidentemente, el dolor es un intruso en la naturaleza humana. Esto significa que, originalmente, el ser humano ignoraba lo que era el sufrimiento.
La teoría de la evolución afirma que las especies cambian como resultado de una nueva necesidad, que la lucha por la supervivencia elimina las variaciones desfavorables y únicamente sobreviven las especies más aptas. En otras palabras, que el sufrimiento acaba con los más débiles. No obstante, la realidad de la naturaleza humana clama que todos nacieron para ser felices, realizados y victoriosos, pero que algo extraño sucedió a lo largo del camino trayendo una experiencia desconocida para el hombre. Esa experiencia es el dolor.
Comprender el sentido del dolor y del sufrimiento es uno de los desafíos más complejos que el ser humano enfrenta. Hasta un niño se pregunta: «Si Dios es amoroso y omnipotente, ¿por qué permite el dolor en el mundo? ¿Por qué no elimina el sufrimiento, haciendo que todas sus criaturas sean felices?». Con razón dijo André Frossard que el origen del dolor y del mal «es la piedra en la que tropiezan todas las sabidurías y todas las religiones».
El ser humano, independientemente de su religión o filosofía de vida, al sentir el dolor desgarrador, se pregunta: ¿Por qué? ¿Por qué? Y en su amargura, se descubre solo y se formula la espantosa interrogante de Cristo en la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Mateo 27: 46).
Junto a estas, existe otra interrogante: ¿Por qué tantas personas buenas viven en la pobreza y en la desgracia, mientras tantos malvados, en cambio, disfrutan de dicha y prosperidad? Estas preguntas pueden parecer racionalmente válidas, pero implican un concepto de Dios demasiado humano y pequeño. Da la impresión de que todos podríamos organizar el universo mejor que el propio Dios, porque si nosotros estuviésemos al control no existirían las guerras, los crímenes, el hambre, la pobreza y la enfermedad.
¿Es verdad que podríamos administrar mejor el universo? ¿Podemos resolver los problemas que nosotros mismos hemos creado? ¿Podemos mirar al futuro con optimismo? Creo que no. El futuro se presenta sombrío y con perspectivas tenebrosas. La crisis financiera no es un fantasma imaginario inventado por un pequeño grupo de especialistas. Y el hecho de que alguien no crea que vientos destructores se aproximan no disminuye el peligro. La preocupación, la incertidumbre y el desconcierto ya están instalados en el mundo financiero y económico. La estrecha relación que existe entre los mercados de un mundo globalizado hace que una crisis desatada en cualquier lugar del planeta tenga inmediata repercusión en la economía de cualquier país y, asimismo, que afecte la economía de cada individuo.9
El sufrimiento del ciudadano contemporáneo por causa de la economía es real. Lo siente el rico, como Adolf Merckle, que prefiere la muerte, y lo siente también el pobre que no tiene dónde vivir. Lo siente el banquero y el campesino. Nadie escapa al dolor que conlleva la inestabilidad.
¿La vida es solo eso? ¿Soñar, planear y ver los sueños y los planes empolvados por causa de las adversidades? ¿Mirar hacia el futuro y no tener certeza de nada, o si la tienes, temer perderla de un momento a otro? ¿Por qué, por más que te esfuerzas para entender el origen del dolor, no lo logras? ¿Dónde buscar la información correcta? Sigue leyendo.
1. J. M. Lázaro, «Los islamistas planeaban atentar en Atocha, la sede del PP y el Bernabéu», El País (España), 3 de noviembre de 2004, https://bit.ly/2PgTp3k.
2. S. Aparicio, «El mayor atentado de la historia de España», El Mundo (España), https://bit.ly/1wMvLje. Consultado el 28 de julio de 2015.
3. H. Cilio, Isto é dinheiro, 14 de enero de 2009.
4. «El millonario alemán Adolf Merckle se suicida tras perder cientos de millones en Bolsa», El País (España), 6 de enero de 2009, https://bit.ly/2Jz4k8D. Consultado el 28 de julio de 2015.
5. https://bit.ly/2KLbQ1x. Consultado el 28 de julio de 2015.
6. «La actriz británica Lucy Gordon se suicida en París», El Mundo (España), 21 de abril de 2009, https://bit.ly/2YJQ4xf. Consultado el 28 de julio de 2015.
7. Y. Martínez, Tendencias 21, Universidad Comillas de Madrid, 29 de junio de 2012.
8. Catecismo de la Iglesia Católica (Sección segunda, capítulo primero, artículo 1, párrafo 3, núm. 272, https://bit.ly/2JBOk5G). Consultado el 13 de agosto de 2015.
9. R. de Sagastizabal, Crisis financiera global : ¿Cuán nuevo será el nuevo multilateralismo?, mayo de 2009, https://bit.ly/2VQLzjp. Consultado el 13 de agosto de 2015.