La sombra de un nuevo orden mundial
El día amanece sereno en la ciudad de Brasilia. Aparentemente, es un día como cualquier otro, lleno de violencia, incertidumbre mundial y la amenaza de la guerra por doquier. Pero eso es parte de nuestro pan cotidiano. Ya estamos acostumbrados a las malas noticias. Los periódicos no traen novedades, casi siempre es el mismo tipo de noticias.
La inestabilidad sigue dejando una honda huella a lo largo del planeta. Hoy todavía se ven los efectos de la Primavera Árabe, considerada la primera gran oleada de protestas laicas y democráticas del mundo árabe en el siglo XXI, que destronó a varios líderes de países musulmanes hace unos años. Pero el espíritu de protesta sigue y en Siria los combates han alcanzado niveles de masacre brutal, donde miles de inocentes han perdido la vida, ante la aparente indiferencia de los gobiernos occidentales.
El desequilibrio ha tocado al propio Vaticano, símbolo histórico de estabilidad. En un hecho imprevisible, Benedicto XVI renunció a su pontificado en medio de rumores de traiciones e intrigas. La llegada de un jesuita, Francisco I, ha resucitado la pugna entre progresistas y conservadores, sufriendo estos últimos un duro golpe.1 Pero la lucha está muy lejos de haber concluido.
Las cosas no andan bien en el planeta. La economía mundial continúa ahogándose en las arenas movedizas del endeudamiento público, de las crisis políticas, de los ajustes fiscales y de un alto nivel de desempleo. Los excesos de los especuladores financieros en la década pasada llegaron a su fin con una montaña de créditos imposibles de pagar, conduciendo a la quiebra a cientos de grandes empresas y bancos que necesitaron ser rescatados por los gobiernos.
Como consecuencia, la deuda pública, que ya era elevada, alcanzó cotas nunca vistas en los países más desarrollados y el peso de esa deuda se transfirió a la población con severos programas de ajuste que agravaron la crisis y empeoraron las condiciones de vida de las clases menos favorecidas.
Aunque América Latina pareció quedar al margen de la crisis, por su vínculo creciente con las economías asiáticas, poco a poco empieza a sentir los efectos porque China y otras economías asiáticas tienen dificultades de exportar tanto a Europa como a Estados Unidos. El tigre asiático lleva varios meses de caída en su actividad económica y Brasil, principal economía latinoamericana, lucha para resucitar el crecimiento económico de los últimos años.2 En estos tiempos nadie puede sentirse a salvo de una crisis financiera.
Mientras tanto, la economía europea da «manotazos de ahogado» hacia todos lados intentando alcanzar una tabla de salvación. El Banco Central Europeo (BCE) vuelve a exigir a los países endeudados que hagan todo lo necesario para consolidar sus cuentas públicas. Los desastres económico de Chipre y Grecia han desmoralizado a la Unión Europea cuestionando cada vez más su existencia.
Ante este sombrío panorama que envuelve al mundo en todos los terrenos, muchos se preguntan si no es necesario un nuevo orden mundial. Esta expresión se usa cada vez más en los últimos tiempos. Se usa para referirse a un nuevo periodo de la historia en el que los poderes políticos se unirían bajo una sola bandera a fin de arreglar el desorden mundial. La primera vez que se usó la expresión «nuevo orden mundial» fue en el documento que el vigésimo octavo presidente de los Estados Unidos, Thomas W. Wilson, preparó después de la Primera Guerra Mundial, recomendando la creación de la Liga de las Naciones, que más tarde daría origen a la Organización de las Naciones Unidas.
La expresión «nuevo orden mundial» volvió a ser utilizada con cierta reserva al final de la Segunda Guerra Mundial, pero su uso se intensificó durante el último periodo de la Guerra Fría, cuando los presidentes Mihail Gorbachov y George H. W. Bush emplearon dicho término para definir el espíritu de cooperación que se buscaba materializar entre las grandes potencias del mundo.
En 1991, mientras Irak y Kuwait entraban en guerra, la revista Time publicó lo siguiente: «Mientras caían las bombas y se disparaban los misiles, las esperanzas de un nuevo orden mundial cedieron lugar al desorden común». Y añadió: «Nadie debe forjarse ilusiones pensando que el nuevo orden mundial, del que tanto alarde se hace, se ha establecido o está cerca».3 Todos concuerdan en la necesidad de que el presente estado de cosas debe cambiar.
La verdad es que ningún país desea perder su soberanía y, sin embargo, todos anhelan un clima de paz, armonía y cooperación entre las naciones. La pregunta es: ¿Cómo se establecerá ese nuevo orden mundial? La idea no es descabellada, como algunos pueden pensar. Un nuevo orden mundial es el anhelo de todo corazón sensato. Hoy es cada vez más atractivo pensar en orden en medio de un planeta donde el desorden domina en cuestiones como el crimen organizado, la violencia, el desempleo, la corrupción, el aumento de enfermedades, la contaminación ambiental, entre otras. Multitudes sueñan con un mundo en el que solo exista una bandera, sin fronteras, ni diferencias, ni prejuicios. ¿Es solo una utopía o una posibilidad?
En los últimos años, con el desarrollo de la tecnología y las redes sociales, el sueño de un nuevo orden mundial parece más factible. El mundo globalizado en el que vivimos se ha vuelto cada vez más pequeño. En la aldea global se requieren apenas segundos para que una noticia viaje de un océano a otro. Las distancias se han acortado. Los espacios han disminuido. Los vacíos han sido llenados. La esperanza de un nuevo orden mundial se percibe menos utópica.
Sin embargo, se olvida algo fundamental. El corazón humano es una caja de misterios. No se entiende a sí mismo. Carga traumas y complejos cuyo origen desconoce, pero que lo vuelven egoísta. No es falta de voluntad. Tampoco es falta de comunicación. El gran obstáculo es el propio ser humano que observa el mundo y la vida con una visión centrada en sí mismo. Ocurre con los individuos, con las familias, con la sociedad y con los gobiernos. El desafío de un nuevo orden mundial no consiste en romper las barreras de las distancias, que ya no existen, sino en romper los muros que el hombre y la mujer contemporáneos levantan para esconderse en sus propios prejuicios y temores.
Mientras no cambie el corazón humano, será imposible un nuevo orden mundial. Se levantarán gobiernos y caerán. Desfilarán diferentes sistemas políticos por la pasarela de la historia y desaparecerán. El tiempo contemplará la sucesión de intenciones frustradas de unir las naciones del mundo, pero las cosas irán de mal en peor. La Biblia dice: «Cuando estén diciendo: “Paz y seguridad”, vendrá de improviso sobre ellos la destrucción, como le llegan a la mujer encinta los dolores de parto. De ninguna manera podrán escapar» (1 Tesalonicenses 5: 3).
Nunca en la historia del mundo se habló tanto de paz como en nuestros días. La Organización de las Naciones Unidas existe básicamente con el objetivo de promover la paz entre los pueblos. ¿Qué se ha logrado al respecto? Vivimos un tiempo de temor y angustia a causa de la amenaza de la violencia. Nadie confía en nadie. Las personas viven parapetadas en sus propias casas, como si fuesen prisiones, rodeadas de cercas electrificadas y sistemas de seguridad. La Palabra de Dios ya advertía sobre esta situación: «El miedo y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra hará que los hombres desfallezcan» (Lucas 21: 26, RVC).
LA ESTATUA DE DANIEL 2
La cabeza de oro | Representa al Imperio neobabilónico (605-539 a. C.). Como el oro es el primero entre los metales, este reino sería esplendoroso. Al caer Asiria, Babilonia heredó toda Mesopotamia, Siria y Palestina. Después de someter a Egipto, no tuvo rival. Nabucodonosor II gobernó exitosamente durante 40 años. Murió en el año 562 a. C. a los 104 años de edad. Sin embargo, a su muerte hubo diversas luchas por el poder entre sus sucesores. Los últimos diez años del imperio estuvieron gobernados por Belsasar, en corregencia con su padre, Nabónido. El imperio cayó ante los ejércitos medopersas la noche del 12 de octubre de 539 a. C., mientras el rey Belsasar celebraba una fiesta (Daniel 5). |
El pecho de plata | Representa al Imperio medopersa (539-331 a. C.). Alrededor del año 1000 a. C., los medos eran un pueblo poco organizado y pastoril que vivía en el este de Asiria; relacionados con ellos estaban los persas. Originalmente, los persas tenían su propio rey, pero durante el periodo inicial el rey de los medos ejerció el poder tanto sobre medos como sobre persas. A partir de Ciro, los persas asumieron exclusivamente el poder. Después de someter a Babilonia, se erigieron como la nueva potencia de la región. |
El vientre de bronce | Representa al Imperio grecomacedónico (331-168 a. C.). Gracias a su brillante liderazgo, Alejandro Magno fue uno de los jefes militares más famosos de la historia. Inició su invasión de Asia Menor en 334 a. C. Derrotó a Darío III en 333 a. C. en la batalla de Iso. Además, venció a los ejércitos persas en 331 a. C., en la batalla de Arbela y se halló dueño del Oriente. Realizó una expedición al corazón de Asia, y murió en 323 a. C. al regresar a Babilonia. A su muerte, el imperio se dividió entre cuatro generales: Lisímaco, Seleuco, Casandro y Ptolomeo. |
Las piernas de hierro | Representa al Imperio romano (168 a. C.-476 d. C.). Las guerras púnicas (264-146 a. C.) marcaron un paso gigantesco del avance en la dominación romana del mundo. Asimismo, la destrucción de Cartago, en 146 a. C., eliminó a uno de los mayores rivales de Roma. Las guerras macedónicas abarcaron el periodo de 215-168 a. C. y resultaron en la subyugación no solamente de Macedonia, sino también de parte de Asia Menor. Julio César hizo conquistas extensas en Galia y Alemania, cruzó el Canal de la Mancha a las Islas Británicas y llegó a ser dictador de Roma de 48 a 44 a. C. Roma gobernó más territorio que los imperios anteriores y su hegemonía se extendió mucho más en el tiempo (alrededor de seiscientos años). Además, en todas sus provincias estableció un sistema de gobierno que se convertiría en modelo de los países europeos en los siglos venideros. Sin embargo, la influencia del poderoso imperio iría mermando y sufriría invasiones bárbaras en varias ocasiones, hasta sucumbir en el año 476 cuando Odoacro, líder de los mercenarios germánicos, depuso al último emperador romano. |
Los pies de hierro y barro | Las tribus bárbaras fueron la base para la formación de los países de Europa. Después vino el feudalismo y la Edad Media. Se dio paso a la Edad Moderna y, con ello, al desarrollo de la ciencia, la tecnología y la secularización. En el pasado reciente, Napoleón Bonaparte y Adolfo Hitler pretendieron establecer un imperio continental con la fuerza de las armas, pero no lo lograron. Hoy el mundo está integrado por países pobres y ricos, donde la unidad política, económica o cultural nunca se ha podido concretar. |
La roca | En la Biblia, la roca representa a Cristo (1 Corintios 10: 4). Aquí se refiere a la segunda venida de Cristo, el acontecimiento más importante de la historia mencionado en las Sagradas Escrituras. |
Tomado de Alejandro Medina V., El futuro del mundo revelado. Estudios bíblicos sobre los libros de Daniel y Apocalipsis, México: GEMA EDITORES, 2012, pág. 9.
Poca gente sabe que aunque el deseo de un nuevo orden mundial está en la boca y en el corazón de los líderes mundiales, la Sagrada Escritura afirma que ese sofisticado proyecto no será el fruto de intenciones ni de esfuerzos humanos. Más de veinte siglos atrás, el profeta Daniel anunciaba que las intenciones humanas, en ese sentido, acabarían fracasando.4
Esta profecía presenta la sucesión de los pueblos dominantes, desde el Imperio neobabilónico del rey Nabucodonosor, hasta nuestros días. El cumplimiento de la profecía bíblica se cumplió con gran exactitud. Cayó el Imperio neobabilónico y se levantó el Imperio medopersa. Este fue sustituido por el Imperio grecomacedónico bajo el gobierno de Alejandro Magno. A la muerte de su líder, el imperio se dividió en cuatro reinos frágiles. Después, vino el Imperio romano, con la fuerza del hierro y, en poco tiempo, dominó el mundo conocido de aquellos días. Sin embargo, la profecía anunciaba que también este imperio se haría pedazos dando lugar a los diez reinos que originaron Europa. Y así fue.
A partir de entonces, muchos se han levantado tratando de unir el mundo bajo un solo gobierno. Los reyes daban a sus hijas en casamiento con la intención de unir fuerzas con otros reinos. Aparecieron estrellas fugaces como Carlomagno, rey de los francos y emperador de Occidente. Él expandió su reino hasta que se transformó en el Imperio carolingio, que aunó la mayor parte de Europa occidental y central, pero no dominó el mundo. Tal vez el último intento que se podría mencionar sea el de Adolf Hitler y su sueño maniático de establecer una raza que predominase en el planeta.
La historia fue enterrando una a una las intenciones humanas de crear un nuevo imperio o una potencia capaz de unificar el mundo. La profecía de Daniel dice: «Y como los dedos de los pies eran en parte de hierro y en parte de barro cocido, ese reino será en parte fuerte, y en parte frágil. Y así como viste el hierro mezclado con barro, esos reinos se mezclarán por medio de alianzas humanas, pero no se fundirán el uno con el otro, así como el hierro no puede mezclarse con el barro» (Daniel 2: 42, 43, RVC).
La afirmación «no se fundirán el uno con el otro, así como el hierro no puede mezclarse con el barro», resulta impactante. Es una descripción precisa de un mundo desigual, con países débiles como el «barro» y fuertes como el «hierro», sumidos en un ambiente poco favorable a la unidad y la cooperación entre los pueblos. Pero es la Palabra de Dios describiendo desde el pasado la situación de nuestros días; hablando del frustrado anhelo humano de tener un nuevo orden mundial.
La Biblia declara que en los últimos días se hará un nuevo intento por realizar el sueño de unir al mundo. El libro de Apocalipsis, que es básicamente simbólico, dice que dicha iniciativa la tomará un poder representado por una bestia. El texto dice: «Entonces vi que del mar subía una bestia, la cual tenía diez cuernos y siete cabezas. En cada cuerno tenía una diadema, y en cada cabeza un nombre blasfemo contra Dios. La bestia parecía un leopardo, pero tenía patas como de oso y fauces como de león. El dragón le confirió a la bestia su poder, su trono y gran autoridad. Una de las cabezas de la bestia parecía haber sufrido una herida mortal, pero esa herida ya había sido sanada. El mundo entero, fascinado, iba tras la bestia y adoraba al dragón porque había dado su autoridad a la bestia. También adoraban a la bestia y decían: “¿Quién como la bestia? ¿Quién puede combatirla?” A la bestia se le permitió hablar con arrogancia y proferir blasfemias contra Dios, y se le confirió autoridad para actuar durante cuarenta y dos meses. Abrió la boca para blasfemar contra Dios, para maldecir su nombre y su morada y a los que viven en el cielo. También se le permitió hacer la guerra a los santos y vencerlos, y se le dio autoridad sobre toda raza, pueblo, lengua y nación. A la bestia la adorarán todos los habitantes de la tierra, aquellos cuyos nombres no han sido escritos en el libro de la vida, el libro del Cordero que fue sacrificado desde la creación del mundo» (Apocalipsis 13: 1-8).
LA BESTIA QUE SALE DEL MAR Y LA MARCA DE LA BESTIA
Características de la bestia que sale del mar
Apocalipsis 13: 2-7
• El dragón dio a la bestia su poder, su trono y gran autoridad.
• El mundo adoró al dragón que dio gran autoridad a la bestia; y adoraron a la bestia, diciendo «¿Quién como la bestia y quién podrá luchar contra ella?».
• Una de sus cabezas había sufrido una herida mortal.
• Se le dio boca que hablaba arrogancias y blasfemias.
• Se le permitió hacer guerra contra los santos, y vencerlos.
• Se le dio autoridad para actuar por cuarenta y dos meses (1.260 años).
• El número de la bestia es el número de un hombre: seiscientos sesenta y seis (Apocalipsis 13: 18).
Interpretación:
• El dragón es un símbolo de Satanás, claramente identificado en Daniel y Apocalipsis obrando a través del Imperio romano.
• La bestia representa un poder o sistema político-religioso que pretende usurpar la autoridad de Dios. Buscará cambiar las leyes de Dios y aplicar sanciones económicas e incluso la pena de muerte contra aquellos que se opongan a sus esfuerzos.
• La marca de la bestia consiste en la exaltación de la tradición religiosa humana por encima de los mandamientos de Dios. Coloca las normas humanas sobre estos últimos y le da preferencia a los dogmas eclesiásticos sobre la revelación inspirada. Se trata de un falso sistema de adoración que intentará sustituir el día santo, a saber, el sábado del Creador.
• La marca no consiste en algo físico, más bien, es un símbolo de rebelión e infidelidad al gobierno de Dios.
• Mientras que el número siete en la Biblia representa aquello que es perfecto y completo en la obra de Dios (véase Apocalipsis 1: 20; 5: 1; 8: 2; 16: 17), el número seis es un símbolo de aquello que es incompleto y parcialmente cierto, lo cual puede ser más peligroso que un mentira completa. El número seis repetido tres veces (666) se refiere a una trinidad que proclama la mentira, la falsedad y el engaño. En este caso, es una triple trampa de «hombre» y de una organización humana.
• La mayoría de los eruditos están de acuerdo en que el papado se adapta a las características de la bestia, quien con el apoyo de la segunda bestia de Apocalipsis 13: 11-18, identificada como los Estados Unidos de Norteamérica, hará obligatoria la observancia del domingo como día de descanso.
Adaptado de Mark Finley, La próxima superpotencia mundial, Doral: GEMA / APIA, 2006, págs. 136-138.
Es muy significativo el uso de expresiones como «el mundo entero, fascinado, iba tras la bestia», «se le dio autoridad sobre toda raza, pueblo, lengua y nación» o «la adorarán todos los habitantes de la tierra». Observa cómo en un texto relativamente corto se menciona varias veces la palabra «todo» u otra similar, como «entero». Aparece cierto sentido de globalización. De alguna manera, todo el mundo está involucrado.
No es mi propósito hacer un análisis profundo de esta parte de la profecía.5 Más bien, intento presentar la última intención frustrada de unir a los habitantes de la tierra bajo un nuevo orden mundial. En el lenguaje profético, el término «bestia» representa a un ‘gobierno’, ‘imperio’ o ‘poder dominante’.6 Por lo tanto, la bestia descrita en el texto referido simboliza un poder que despierta la admiración de todos los pueblos, lenguas y naciones. Todos los habitantes de la tierra lo siguen, menos un pequeño grupo de personas que está formado por aquellos que permanecen leales al Padre celestial.
El poder que intenta establecer un orden mundial es un poder político que lidia con los pueblos y las personas. Pero fundamentalmente es religioso porque acepta la adoración de las personas y se atribuye prerrogativas divinas. El texto dice que «abrió la boca para blasfemar contra Dios, para maldecir su nombre y su morada y a los que viven en el cielo» (13: 6).
¿A quién simboliza esta bestia? Para identificarla solo habría que buscar algún poder en nuestros días que tenga las características descritas en el texto bíblico. Un poder político-religioso que despierte la admiración de los pueblos y ante quien se inclinen todos los reyes de la tierra. Un poder que contradiga las enseñanzas bíblicas, se levante contra Dios y reciba la adoración de los seres humanos. Un poder que en un periodo de la historia haya sufrido una «herida mortal», es decir, que haya perdido la fuerza que ostentaba y que después se haya recuperado; que el mundo entero, fascinado, lo siga. Y finalmente, un poder cuya autoridad no es propia, sino que la recibe de otro personaje simbolizado por el dragón, quien «le confirió a la bestia su poder, su trono y gran autoridad» (Apocalipsis 13: 2).
¡Es impresionante! Pero se torna perturbador al seguir leyendo el texto bíblico y ver que existe una nación poderosa que apoyará al poder religioso para que alcance sus objetivos. Esta nación también es presentada en la profecía bajo la figura de otra bestia descrita de la siguiente manera: «Ejercía toda la autoridad de la primera bestia en presencia de ella, y hacía que la tierra y sus habitantes adoraran a la primera bestia, cuya herida mortal había sido sanada. También hacía grandes señales milagrosas, incluso la de hacer caer fuego del cielo a la tierra, a la vista de todos. Con estas señales que se le permitió hacer en presencia de la primera bestia, engañó a los habitantes de la tierra. Les ordenó que hicieran una imagen en honor de la bestia que, después de ser herida a espada, revivió. Se le permitió infundir vida a la imagen de la primera bestia, para que hablara y mandara matar a quienes no adoraran la imagen. Además logró que a todos, grandes y pequeños, ricos y pobres, libres y esclavos, se les pusiera una marca en la mano derecha o en la frente, de modo que nadie pudiera comprar ni vender, a menos que llevara la marca, que es el nombre de la bestia o el número de ese nombre» (Apocalipsis 13: 12-17).
El texto habla de una nación que deslumbra por su poder y su tecnología. Hace cosas prodigiosas, fantásticas y admirables. La humanidad reconoce su poderío y su influencia en el planeta. Tiene mucho prestigio y, en los últimos días, usará todos sus recursos para hacer que el poder religioso representado por la primera bestia alcance sus objetivos: establecer un nuevo orden mundial.
El aspecto amedrentador de todo esto es que este segundo poder usará la fuerza para alcanzar sus propósitos y forzar la conciencia de las personas. Obligará a los seres humanos a obedecer a la primera bestia y a recibir su marca. Y quien rehúse hacerlo será perseguido al punto de no poder comprar ni vender.
¿Qué país simboliza esta segunda bestia? Este es un asunto de vital importancia. El prejuicio, la indiferencia, el temor o la soberbia podrían ser fatales para entender un tema de semejante trascendencia.
La Biblia es la única fuente de información segura. Pero hay muchas personas que creen que la Biblia es un libro arcaico. El otro día conversaba con un periodista en el vuelo de Brasilia a San Pablo (Brasil). Repentinamente, me preguntó:
—¿La Biblia no fue escrita hace siglos? ¿Cómo puede tener alguna relevancia en nuestros días?
Es verdad que los tiempos han cambiado. El ser humano de nuestros días no es el mismo de los tiempos en los que la Biblia fue escrita. La cultura, la ropa, el tipo de alimentación, el tipo de música, en fin, muchas cosas son diferentes. Pero el corazón humano, no. Sigue siendo el mismo. Los temores de antes son los mismos de hoy. Las luchas familiares de los tiempos bíblicos son las mismas que enfrenta la familia contemporánea. Los complejos y traumas que enloquecieron a muchos en siglos pasados son los mismos fantasmas invisibles que atormentan al hombre y a la mujer del siglo XXI.
Por lo tanto, la Biblia y las profecías bíblicas no han pasado de moda y requieren atención. Especialmente porque no se limitan al presente, sino que se proyectan al futuro y afectan al destino de las personas, las familias y la sociedad.
La profecía de Daniel continúa diciendo que, a pesar de todos los esfuerzos de los poderes mencionados, no se logrará establecer el anhelado nuevo orden mundial. Los países seguirán en conflicto. Habrá abundancia exagerada por un lado y, por otro, miseria extrema, luchas raciales, políticas y económicas, prejuicios, guerras fratricidas, sangre, violencia y cataclismos. Y, ante ese cuadro, la profecía dice: «En los días de estos reyes el Dios del cielo establecerá un reino que jamás será destruido ni entregado a otro pueblo, sino que permanecerá para siempre y hará pedazos a todos estos reinos» (Daniel 2: 44).
Este es el verdadero nuevo orden mundial. Un mundo sin guerras, ni muerte, ni injusticias, ni violencia. Un mundo donde no habrá egoísmo, ni orgullo, ni envidia, ni mentira. Pero este nuevo orden mundial será establecido por Dios y no por los hombres. El apóstol Juan lo describe así: «Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían dejado de existir, lo mismo que el mar. Vi además la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, procedente de Dios, preparada como una novia hermosamente vestida para su prometido. Oí una potente voz que provenía del trono y decía: “¡Aquí, entre los seres humanos, está la morada de Dios! Él acampará en medio de ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios. Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir”. El que estaba sentado en el trono dijo: “¡Yo hago nuevas todas las cosas!” Y añadió: “Escribe, porque estas palabras son verdaderas y dignas de confianza”» (Apocalipsis 21: 1-5).
Estas palabras son «verdaderas y dignas de confianza». No son las promesas de un político en campaña electoral. Son la palabras de un Dios que nunca falla y en quien puedes confiar. «Dios no es un simple mortal para mentir y cambiar de parecer. ¿Acaso no cumple lo que promete ni lleva a cabo lo que dice?» (Números 23: 19).
El mundo en el que vivimos se cae a pedazos. Negarlo sería cerrar los ojos a la realidad. Hogares fragmentados. Hijos que destruyen su joven existencia en las llamas implacables de la promiscuidad y de los vicios. Hambre, vacío interior, odio, rencor, violencia e injusticias. Todos sabemos que las intenciones humanas para solucionar los problemas de nuestro viejo y herido planeta son inútiles. Solo Dios puede cambiar las cosas. Y lo hará. El nuevo orden mundial está más cerca de lo que cualquier ser humano pueda imaginar. Pero es necesario creer.
El drama del hombre de nuestros días es que es capaz de creer en cualquier tendencia ideológica, por grotesca que sea, pero se niega a reconocer las sólidas verdades de la Palabra de Dios. El otro día vi el retrato de muchos en una experiencia interesante. El tren devoraba distancias aquella mañana mientras viajábamos de Cuzco hacia las montañas de Machu Picchu (Perú). Mi esposa y mis hijos disfrutaban del hermoso paisaje y registraban todo con las cámaras fotográficas. Yo también miraba a través de la ventana, pero mi atención se concentraba en la conversación de dos europeos y un estadounidense que hablaban sobre la posibilidad de la ayuda de seres venidos de otros mundos en la construcción de aquella ciudad oculta entre montañas.
—Los incas no construyeron todo esto solos. Las construcciones, la colocación de las piedras y la logística que usaron muestran la participación de seres de otros planetas —dijo uno de ellos, con mucha convicción.
—No tengo la menor duda —respondió el otro—. Desde que llegué al aeropuerto de Cuzco sentí la presencia de seres de otros mundos. Es una especie de energía positiva que se respira en el ambiente.
Había un tercer hombre indiferente a lo que sus compañeros decían. Debía rondar los cincuenta años y ocultaba sus ojos detrás de unas gafas oscuras. Usaba un gorro de las fuerzas armadas norteamericanas. Aparentemente, dormía. Casi nadie percibía que algunas gruesas lágrimas resbalaban por su rostro marcado de sufrimiento. Uno de sus compañeros notó lo que también yo había visto y trató de calmarlo:
—Calma. Olvida lo que pasó. Las cosas son como son. ¡Disfruta el paisaje!
A veces trato de imaginar el dolor ajeno. Me esfuerzo inútilmente para entrar en el mundo interior de las personas que sufren. Quisiera tener algún remedio prodigioso para aliviar las amarguras del alma. Y lo tengo. Es la Palabra de Dios. Pero, ¿qué se puede hacer por alguien que no cree? Aquella mañana, al entrar en el tren, mi esposa lo había saludado con cortesía y le había entregado un folleto sobre Jesús, la esperanza suprema del ser humano. Él no disimuló su indiferencia, rasgó el folleto y lo echó a la basura.
Horas después, en las ruinas arqueológicas del imperio incaico, volví a encontrarlo. Se había quitado las gafas y arrodillado, con los brazos abiertos en forma de cruz, respiraba hondo y contemplaba el paisaje mientras sus ojos azules continuaban derramando lágrimas.
Esa es la viva imagen del hombre contemporáneo. En medio de una desesperante ansiedad por creer en algo, deposita su confianza en una espiritualidad desordenada, que trata de desenterrar a toda costa la identidad humana. Busca desesperadamente la energía positiva que ningún laboratorio ha podido probar. Pero se niega a creer en un Dios de amor dispuesto a transformar su trastornado mundo interior.
Yo creo que no existen coincidencias en esta vida. Existe un plan divino que nos cuesta mucho descubrir. Nadie lee un libro por casualidad. Y nadie sigue siendo el mismo después de leerlo. ¿Qué harás con lo que acabas de leer? La vida es crecimiento constante. Y el crecimiento implica dolor. Salir de la playa en la cual has nadado siempre y adentrarte en lo desconocido de las aguas profundas puede ser doloroso. ¡Pero es necesario!
1. La Nazione (Italia), 7 de marzo de 2013.
2. Germán Aranda, «Brasil, la caída del gigante», El Mundo (España), 15 de marzo de 2015, https://bit.ly/2WjVEJr
3. S. Talbott, «A Storm Erupts», Time, 28 de enero de 1991, págs. 14 y 17.
4. Daniel, capítulo 2.
5. Para una explicación más completa de esta profecía, ver mi libro Ventana al tercer milenio, Buenos Aires: Casa Editora Sudamericana.
6. Daniel 7: 17.