El ex catedrático de Matemáticas Aplicadas y Física Teórica de la Universidad de Cambridge (Reino Unido), Stephen Hawking, en una entrevista concedida al diario The Guardian, dijo: «Yo considero el cerebro como un ordenador que dejará de funcionar cuando sus componentes se desgasten. Cuando un ordenador deja de funcionar no hay paraíso o vida eterna. Ese es un cuento de hadas de gente que le tiene miedo a la oscuridad».1
Hawking tiene razón. No hay pruebas científicas de que exista vida después de la muerte. Cualquier idea de conciencia después de la muerte es pura especulación. Cuando el cerebro deja de funcionar, deja de existir la persona. Tampoco existen cielo o infierno inmediatos. La vida consciente del ser humano termina cuando la muerte llega.
Pero, por otro lado, la Biblia enseña que la muerte no es el punto final de la existencia, sino solamente un punto y aparte. En la muerte, el hombre duerme, ausente de toda conciencia, para despertar en ocasión de la segunda venida de Cristo y disfrutar de la vida eterna.
Nuestro mundo es pragmático y materialista. Las personas tienen dificultad para aceptar las realidades espirituales de la vida. El ser humano solo cree en lo que puede ver y tocar. La cultura de nuestros días es contradictoria e incoherente. De otro modo, ¿cómo explicar que alguien crea que su destino depende de los astros o de los números? Sin embargo, ese mismo hombre que deposita su confianza en los cristales o las pirámides, se niega a creer en el cielo por considerarlo utópico o una ilusión creada por la religión.
¿Existen el cielo y el infierno? Con relación a este asunto, puede haber tantas maneras de pensar como seres humanos existan; sin embargo, desde el punto de vista bíblico, el cielo existe y será el hogar de los redimidos durante el milenio (ver cuadro de pág. 130). Pero ellos solo irán allí después de la segunda venida de Cristo.
Si se hiciera una encuesta preguntando a las personas cuándo irán al cielo, la mayoría respondería que «en el momento de la muerte». Esta es una idea muy extendida. Pero en la Biblia, la esperanza del cielo no se fija en la muerte, sino en el regreso de Cristo a la Tierra. No se encuentra ningún apoyo a la muerte como punto de partida de una vida mejor. El énfasis siempre recae sobre la Segunda Venida.
Observa lo que dice Pablo. «El Señor mismo descenderá del cielo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego los que estemos vivos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados junto con ellos en las nubes para encontrarnos con el Señor en el aire. Y así estaremos con el Señor para siempre» (1 Tesalonicenses 4: 16-17).
Analiza la secuencia. Primero, el Señor descenderá del cielo. Después, los muertos en Cristo resucitarán y, los que estén vivos cuando Jesús vuelva, se unirán a los resucitados en el aire para encontrarse con el Señor. Hasta entonces, el cuerpo de los justos resucitados en ocasión de la venida de Cristo, habrá estado en el sepulcro y el soplo de vida, inconsciente, con Dios. Nadie habrá tenido conciencia de nada durante la muerte.2 Los resucitados tendrán la impresión de que desde el día en que murieron hasta la Segunda Venida apenas habrá pasado el tiempo. El último recuerdo que tendrán es lo que vieron antes de morir y lo primero que verán será a Jesús volviendo en gloria y majestad.
Para quienes esperaron la venida de Jesús, será un día de júbilo. El dolor y el sufrimiento llegarán a su fin. La violencia y las injusticias acabarán. Jesús regresa a la Tierra para poner el punto final a la triste historia del pecado.
¿Y qué sucederá con los injustos? ¿Qué será de aquellos que rechazaron a Jesús? Este es un asunto delicado. Nada de lo que tiene que ver con la muerte eterna o la destrucción final es agradable, pero el asunto es tan bíblico como la gracia, la misericordia y la resurrección de los justos. Las decisiones tienen consecuencias, para bien o para mal. Toda acción implica una reacción. Dios no quiere la muerte del impío, sino que se arrepienta y se vuelva de sus malos caminos. Dios no es un Dios de muerte, sino de vida. Él llama, suplica, espera. La Biblia es una invitación permanente a los seres humanos.
CONTRASTES ENTRE EL PRINCIPIO Y EL FINAL DE LA BIBLIA
Génesis 1-4 |
Apocalipsis 19-22 |
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ACONTECIMIENTOS RELACIONADOS CON EL MILENIO APOCALIPSIS 20: 4; 3: 21; 2 TIMOTEO 2: 12; 1 CORINTIOS 6: 2, 3
Acontecimientos al principios del Milenio – Segunda venida de Cristo
1. Quienes murieron en Cristo son resucitados para ser trasladados con él al cielo (1 Tesalonicenses 4: 15-17; Juan 14: 2-3).
2. Quienes rechazaron a Jesús son destruidos (2 Tesalonicenses 1: 6-10; 2: 8; Jeremías 25: 33; Apocalipsis 19: 21).
3. Satanás es atado y recluido en una tierra desolada (Apocalipsis 20: 1-3).
Acontecimientos durante el Milenio
1. El pueblo de Dios permanece con Cristo en el cielo (Apocalipsis 20: 4).
2. Satanás permanece atado y confinado a este mundo (Apocalipsis 20: 1-3).
3. La tierra está vacía y desolada (Jeremías 4: 23-27).
4. No existen seres humanos vivos en la tierra (Apocalipsis 20: 5; Jeremías 4: 25).
5. Satanás, los ángeles caídos y los impíos son juzgados, mientras tanto los redimidos comprueban en los registros la justicia de Dios (Daniel 7: 27; Apocalipsis 20: 4; 1 Corintios 6: 2-3; 2 Pedro 2: 4; Judas 6).
Acontecimientos al final del Milenio – Jesús regresa a este mundo con los redimidos
1. Desciende la nueva Jerusalén (Apocalipsis 21: 2).
2. Resucitan los enemigos de Dios (Apocalipsis 20: 5).
3. Satanás es liberado de su prisión y se dedica a engañar a las naciones y a reunirlas para la batalla (Apocalipsis 20: 7-8).
4. Satanás y los enemigos de Dios intentan destruir a los santos y la nueva Jerusalén (Apocalipsis 20: 9).
5. Satanás y los enemigos de Dios son destruidos por el fuego (Apocalipsis 20: 9).
6. El pecado es destruido (Apocalipsis 20: 9-10).
7. El mundo es restaurado a su perfecta condición original (2 Pedro 3: 13; Apocalipsis 21: 1-3).
Cuando Cristo vuelva, las personas que rechazaron a Jesús morirán con el resplandor de la presencia del Señor. «Vi que el Cordero rompió el sexto sello, y se produjo un gran terremoto. El sol se oscureció como si se hubiera vestido de luto, la luna entera se tornó roja como la sangre, y las estrellas del firmamento cayeron sobre la tierra, como caen los higos verdes de la higuera sacudida por el vendaval. El firmamento desapareció como cuando se enrolla un pergamino, y todas las montañas y las islas fueron removidas de su lugar. Los reyes de la tierra, los magnates, los jefes militares, los ricos, los poderosos, y todos los demás, esclavos y libres, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de las montañas. Todos gritaban a las montañas y a las peñas: “¡Caed sobre nosotros y escondednos de la mirada del que está sentado en el trono y de la ira del Cordero, porque ha llegado el gran día del castigo! ¿Quién podrá mantenerse en pie?”» (Apocalipsis 6: 12-17).
Quien lee estos versículos, a primera vista, puede tener la impresión de un Dios malo, vengativo y que se deleita con el sufrimiento de los que no creyeron. Pero la verdad es diferente. Dios es la Fuente de la vida. La propia vida. Vivir en comunión con él es vivir una vida plena, abundante y feliz. La persona que se aparta voluntariamente de la vida, entra en el territorio de la muerte. No existe un terreno neutral. O estás en el territorio de la vida, o en el de la muerte, que no es un castigo divino, sino el resultado natural del alejamiento de la Fuente de la vida.
Las personas descritas aquí correrán hacia las peñas y los montes rogándoles que caigan sobre ellas, y dirán el motivo de su clamor: «¡Caed sobre nosotros y escondednos de la mirada del que está sentado en el trono y de la ira del Cordero, […]!» (Apocalipsis 6: 16). No soportarán la presencia de la vida. Vivieron siempre en el territorio de la muerte. Anduvieron, respiraron, comieron y realizaron sus actividades habituales, pero lo hicieron envueltos en las sombras de la muerte. Biológicamente estaban vivas pero espiritualmente, muertas. La vida no tenía mucho sentido, se angustiaron, intentaron resolver sus problemas por sus propios medios, pero nada consiguió llenar el vacío de su corazón. El regreso de Cristo será también para ellos una expresión de amor. Significará el punto final de una vida de vacío y desencanto.
En esa misma ocasión, los justos resucitados y los que permanecieron vivos hasta la segunda venida de Jesús irán al cielo por un periodo de mil años. Este es el periodo de tiempo llamado Milenio. La Biblia no registra dicha expresión, pero habla de mil años en los que los justos estarán en el cielo con Jesús. Durante ese tiempo, la Tierra quedará completamente vacía y Satanás estará preso (simbólicamente). No tendrá a quién engañar. Los justos estarán en el cielo y los injustos habrán muerto con el resplandor de la venida de Cristo. Escogieron el territorio de la muerte y no pudieron soportar la presencia de la vida.3
La Biblia describe el escenario de este mundo durante este periodo de mil años usando el simbolismo. «Me fijé en la tierra, y la vi desordenada y vacía. Me fijé en los cielos, y no había en ellos luz. Me fijé en los montes, y los vi temblar, y todas las colinas se estremecían. Me fijé, y no había un solo ser humano, y todas las aves del cielo habían desaparecido. Me fijé, y los ricos viñedos eran ahora un desierto, y todas sus ciudades habían quedado en ruinas. ¡Y esto lo hizo el Señor! ¡Esto lo hizo el ardor de su ira! Porque así dijo el Señor: “Toda la tierra será asolada; pero no la destruiré por completo”» (Jeremías 4: 23-27, RVC).
Al hablar de la recompensa de los justos, la Biblia menciona dos periodos. Mil años con Jesús en los cielos. Después, eternamente con Jesús en la tierra renovada. El periodo de mil años en el cielo será, por así decirlo, una especie de vacaciones celestiales. Después de esos mil años, los redimidos volverán a esta tierra y, solo entonces, los pecadores de todos los tiempos serán resucitados para morir eternamente. «Cuando se cumplan los mil años, Satanás será liberado de su prisión, y saldrá para engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra —a Gog y a Magog—, a fin de reunirlas para la batalla. Su número será como el de las arenas del mar. Marcharán a lo largo y a lo ancho de la tierra, y rodearán el campamento del pueblo de Dios, la ciudad que él ama. Pero caerá fuego del cielo y los consumirá por completo. El diablo, que los había engañado, será arrojado al lago de fuego y azufre, donde también habrán sido arrojados la bestia y el falso profeta. Allí serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos» (Apocalipsis 20: 7-10).
Caerá fuego del cielo, afirma Juan. Este será el infierno. Muy diferente a lo que, tradicionalmente, creen las personas. No hay motivos para creer que un Dios de amor permita que los seres humanos ardan por los siglos de los siglos. Los impíos morirán y no quedarán ardiendo para siempre. Al terminar el milenio, caerá fuego del cielo y todo se quemará hasta consumirlo. Las consecuencias de ese fuego sí serán eternas. El pecado no se levantará por segunda vez.4
En la Epístola de Judas, hablando del fuego que consumió Sodoma y Gomorra, encontramos una explicación a la expresión «fuego eterno» o «por los siglos de los siglos» que la Biblia usa muchas veces. «Así también Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas son puestas como escarmiento, al sufrir el castigo de un fuego eterno, por haber practicado, como aquellos, inmoralidad sexual y vicios contra la naturaleza» (Judas 1: 7). ¿El hecho de que la expresión «fuego eterno» sea utilizada aquí significa que ambas ciudades están ardiendo aún? Claro que no. Las expresiones «fuego eterno» o «para siempre» se usan en la Biblia para revelar que las consecuencias del acontecimiento son definitivas. Nadie puede imaginar que un Dios de amor pueda permitir que los seres humanos ardan por los siglos de los siglos en estado de agonía.
Por otro lado, hay mucha gente que no acepta la idea de la destrucción de los impíos. Se pregunta si Dios no es arbitrario al determinar la muerte de los injustos. Pero la Biblia enseña que la muerte, más que un castigo divino, es una opción humana. Jesús dijo: «De cierto, de cierto les digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no será condenado, sino que ha pasado de muerte a vida. […] y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; pero los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación» (Juan 5: 24 y 29, RVC). Las decisiones equivocadas tienen consecuencias desastrosas. Dios no condena a los pecadores. Ellos se condenan solos. Tienen la oportunidad de salvación y la rechazan. Después, sufren las consecuencias.
Si el ser humano fuese consciente de la trascendencia de sus decisiones, a la luz de valores eternos y no simplemente limitadas a las cosas de esta tierra, se lo pensaría dos veces antes de rechazar las Escrituras. El cielo existe. Es la más segura de las realidades. Será el hogar eterno de los redimidos cuando Jesús vuelva.
Quien acepta a Jesús como su Salvador no necesita esperar hasta el regreso de Cristo para disfrutar de las bendiciones de una vida mejor. Puede hacerlo ya, en esta tierra. Jesús dijo: «No van a decir: “¡Miradlo aquí! ¡Miradlo allá!” Sabed que el reino de Dios está entre vosotros» (Lucas 17: 21) ¿De qué forma el reino de Dios está entre los seres humanos? Cuando una persona acepta a Jesús, su visión de los valores recibe la luz de las enseñanzas bíblicas y el resultado es una vida con mejor calidad. Deja de fumar, de beber, de comer desordenadamente. Mejora como ser humano, se siente más realizado y feliz.
Pero esta mejor calidad de vida no significa ausencia de dificultades, ni es el propósito final del evangelio. Mientras el hombre y la mujer peregrinen en esta tierra, envejecerán, perderán seres queridos, padecerán enfermedades, accidentes, e incluso se verán afectados por la muerte temporal. Por eso es necesario el establecimiento de una nueva tierra. Esta es la razón de la promesa del cielo y de una tierra nueva.
Terminado el milenio y la destrucción definitiva del diablo y sus víctimas, la ciudad eterna será establecida en esta tierra. Del pecado no quedará raíz ni rama. Es una garantía divina.5 La tierra, libre de la contaminación del pecado, será el hogar eterno de quienes supieron tomar decisiones sabias.
¿Y cómo será la vida en la tierra nueva? La imaginación humana no es capaz de diseñarla, ni las palabras pueden expresar la realidad. «Ningún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado, ninguna mente humana ha concebido lo que Dios ha preparado para quienes lo aman» (1 Corintios 2: 9). Observa que todas estas maravillas son «para quienes lo aman». No es una recompensa para el que se portó bien, sino el regalo de amor de Dios a los que lo aman. La salvación, la vida eterna, el cielo y la tierra nueva serán para aquellos que vivieron en este mundo una relación de amor con el Creador de la vida. Su experiencia no estaba basada en la religión o en asuntos doctrinales, sino en el amor personal entre ellos y Dios. Ese amor los llevó a buscar su Palabra y a practicar sus enseñanzas.
Veamos algunas características de aquella tierra maravillosa. Allí no habrá defectos físicos o discapacidades: «Se abrirán entonces los ojos de los ciegos y se destaparán los oídos de los sordos; saltará el cojo como un ciervo, y gritará de alegría la lengua del mudo» (Isaías 35: 5-6). Esto significa que en el regreso de Jesús habrá un cambio radical en la naturaleza humana. Los que murieron con defectos físicos resucitarán perfectos y los que estén vivos serán transformados en un instante.
En la tierra nueva tampoco habrá desengaños ni frustraciones. Allí el ser humano disfrutará del producto de sus esfuerzos. Los redimidos «construirán casas y las habitarán; plantarán viñas y comerán de su fruto. Ya no construirán casas para que otros las habiten, ni plantarán viñas para que otros coman. Porque los días de mi pueblo serán como los de un árbol; mis escogidos disfrutarán de las obras de sus manos» (Isaías 65: 21-22).
Este es el verdadero nuevo orden mundial, un mundo sin injusticias ni luchas de ningún tipo. Sin diferencias sociales ni explotación capitalista. Un mundo donde cada uno verá el fruto de su trabajo y será saciado. Este mundo ideal, soñado por millones de personas a través de los siglos, no será el resultado del esfuerzo humano, egoísta, soberbio y finito, sino la obra transformadora de un Dios de amor.
Durante los primeros años del siglo XXI, Osama Bin Laden fue considerado el enemigo público número uno. Perseguido, vivió escondido en las cuevas y en los montes, como un animal. Finalmente, lo encontraron y el terrorista más perseguido del mundo pagó con su vida la crueldad de sus hechos sanguinarios. Algunas veces he tratado de entrar en su mente. He intentado ponerme en su lugar e imaginar sus motivos. Tenía mucho dinero. La herencia que había recibido era millonaria. ¿Qué lo llevó a renunciar a la comodidad y los placeres de una vida lujosa que el dinero podría haberle proporcionado? ¿Por qué decidió seguir el camino del terrorismo? Solo existe una explicación: el sueño de un mundo mejor. Osama se perdió en los laberintos de sus ideas en relación con un mundo mejor. Creyó que para construir un planeta perfecto había que destruir el sistema establecido y recurrió a métodos criminales. Vivió sus noches amargas, su sueño se transformó en una pesadilla horrible en la que miles de inocentes debían morir cruelmente. Creo que él ya estaba muerto antes de que el grupo especial de asalto lo sorprendiese. Estaba muerto del alma. Se movía, caminaba, se escondía, pero en verdad lo único que ocultaba era el cuerpo material. Por dentro se había estado consumiendo bajo las llamas del dolor existencial.
Una nueva era en la organización del planeta está por empezar. Y en ese mundo, desaparecerán para siempre la injusticia y la desigualdad. «Pero, según su promesa, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en los que habite la justicia» (2 Pedro 3: 13).
El profeta Isaías dice que en el mundo nuevo habrá paz y armonía, aun entre los animales: «El lobo vivirá con el cordero, el leopardo se echará con el cabrito, y juntos andarán el ternero y el cachorro de león, y un niño pequeño los guiará. La vaca pastará con la osa, sus crías se echarán juntas, y el león comerá paja como el buey. Jugará el niño de pecho junto a la cueva de la cobra, y el recién destetado meterá la mano en el nido de la víbora. No harán ningún daño ni estrago en todo mi monte santo, porque rebosará la tierra con el conocimiento del Señor como rebosa el mar con las aguas» (Isaías 11: 6-9).
Hasta la naturaleza será transformada, la Tierra volverá a ser un nuevo paraíso. «Se alegrarán el desierto y el sequedal; se regocijará el desierto y florecerá como el azafrán» (Isaías 35: 1).
Al describir la santa ciudad, Juan menciona, entre otras, una característica muy especial. «Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían dejado de existir, lo mismo que el mar. […] Oí una potente voz que provenía del trono y decía: “¡Aquí, entre los seres humanos, está la morada de Dios! Él acampará en medio de ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios”» (Apocalipsis 21: 1 y 3). El apóstol Pablo afirma lo mismo expresado de otra manera. Dice que en el cielo «entonces veremos cara a cara» (1 Corintios 13: 12). Tal vez esta sea la mayor recompensa para el ser humano. El pecado originó la separación entre Dios y el hombre. Después de desobedecer a Dios, Adán y Eva se escondieron de la presencia de su Creador. Rasgaron el corazón del Padre celestial. Rechazaron su compañía.
Su actitud carecía de coherencia. Necesitaban más que nunca de su Padre y sin embargo tuvieron miedo de él. Se escondieron entre los árboles del jardín. A partir de aquel día el ser humano viviría escondiéndose y huyendo de su Creador y, en esa loca carrera, caería en las arenas movedizas de sus incertidumbres, dudas y temores; lloraría la soledad que se impondría a sí mismo como castigo, andaría errante por los páramos de su conciencia angustiada llevando su dolor a cuestas, como el pan de cada día, un pan amargo y seco que jamás satisfaría el hambre de su corazón vacío. Pero en la tierra nueva, «¡Aquí, entre los seres humanos, está la morada de Dios! Él acampará en medio de ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios» (Apocalipsis 21: 3). El abismo de la separación habrá llegado a su fin. El ser humano volverá a sentir deleite en el compañerismo con su Creador. No volverá a separarse de la fuente de la vida y, como resultado, vivirá eternamente.
A lo largo de la historia muchos hijos de Dios murieron en la arena del desierto en espera del cumplimiento de este mundo perfecto. El autor de la Epístola a los Hebreos, relata la historia de hombres y mujeres que soñaron con un mundo mejor pero, desgraciadamente, fueron sorprendidos por la muerte. «Los cuales por la fe conquistaron reinos, hicieron justicia y alcanzaron lo prometido; cerraron bocas de leones, apagaron la furia de las llamas y escaparon del filo de la espada; sacaron fuerzas de flaqueza; se mostraron valientes en la guerra y pusieron en fuga a ejércitos extranjeros. Hubo mujeres que por la resurrección recobraron a sus muertos. Otros, en cambio, fueron muertos a golpes, pues para alcanzar una mejor resurrección no aceptaron que los pusieran en libertad. Otros sufrieron la prueba de burlas y azotes, e incluso de cadenas y cárceles. Fueron apedreados, aserrados por la mitad, asesinados a filo de espada. Anduvieron fugitivos de aquí para allá, cubiertos de pieles de oveja y de cabra, pasando necesidades, afligidos y maltratados. ¡El mundo no merecía gente así! Anduvieron sin rumbo por desiertos y montañas, por cuevas y cavernas. Aunque todos obtuvieron un testimonio favorable mediante la fe, ninguno de ellos vio el cumplimiento de la promesa» (Hebreos 11: 33-39).
Aquellos hombres y mujeres vieron la tierra nueva de lejos, pero no entraron en ella. Creyeron en la promesa, pero no la alcanzaron en vida. Sin embargo, la historia no se repetirá. Al ver las señales del regreso de Jesús, tenemos la seguridad de que muy pronto iremos con Cristo a nuestro hogar eterno.
Este será el fin del peregrinaje humano. El hombre y la mujer habrán llegado al fin de la jornada de dolor y sufrimiento que iniciaron después de la caída de Adán y Eva. Nadie más los hará sufrir. La muerte no arrancará más seres queridos de sus brazos. No tendrán que llorar sus derrotas a causa de la naturaleza pecaminosa que los perturba de día y de noche. No habrá más promesas no cumplidas, ni decisiones que duran solo una semana. He aquí todo será hecho nuevo.
¿Te gustaría estar allí?
1. I. Sample, «Stephen Hawking: “There is no heaven; it’s a fairy story”», The Guardian (Reino Unido), 15 de mayo de 2011, https://bit.ly/2xdXFGg. Consultado el 14 de agosto de 2015.
2. Eclesiastés 12: 7.
3. Apocalipsis 20: 1-10.
4. Nahum 1: 9.
5. Malaquías 4: 1.